Feria de Santander

Larga vida al toreo clásico de El Cid y Emilio de Justo

Manuel Jesús desoreja al mejor toro de la noble corrida de La Quinta y sale a hombros con el extremeño

Emilio de Justo y El Cid se marchan por la puerta grande de Cuatro Caminos Serrano Arce

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Tan importante es ser torero como parecerlo. Por siempre lo será El Cid , que ayer se despidió a lo grande de Cuatro Caminos, una de sus plazas talismán. El propio matador había sacado por la mañana las bolitas en el sorteo para que su baraka se hiciera eterna con «Timonero», el toro más notable de la noble corrida de La Quinta , que lidió seis pinturas, en el tipo de la casa. Manuel Jesús reverdeció laureles con este estupendo santacoloma. Quiso siempre el de Salteras, que se abandonó por momentos y regó el redondel con ese toreo clásico que no pasa de moda, el de la muleta adelantada, por abajo y el medio pecho ofrecido. Hubo naturales que despertaron los sueños dormidos, como antes unos derechazos con ese ritmo de antaño ante la buena embestida. La plaza se volcó con la faena y el pinchazo hondo bastó para la doble pañolada: dos orejas barnizadas de cariño . Había sangrado una barbaridad el primero de su lote, una belleza gris de pobre fortaleza. Pero a este «Palomo», tan apagadito, le faltaban alas para que la labor tomara vuelo. Su imperecedero «bajío» cobraría vida después...

El caso De Justo

Y si fundamental es ser torero y parecerlo, también lo es que una carrera sea bien administrada. Emilio de Justo , torero de manoletinas a montera, no ha tenido precisamente la mejor de las gestiones después de que el pasado año se ganara el título de gran revelación tras una década en el ostracismo. No se entiende que un matador con un 2018 para enmarcar no fuera nada bien colocado a Pamplona y tampoco muy allá a Bilbao, por no hablar de sus abultadas ausencias en muchas ferias donde se ganó el derecho a anunciarse. Y eso que su apoderado, que por la mañana se pegaba un chapuzón en el Cantábrico «para afrontar un día de máxima responsabilidad», es también empresario...

Quien salió responsabilizado a tope fue De Justo. Prendió la llama desde los lances genuflexos del saludo al tercero, que tras el cambio de tercio se arrancó al caballo con alegre galope y chocó con estrépito. El cacereño brindó al público y se puso a torear a derechas, con un pase de pecho de profunda categoría. Sencillamente, los borda. En la distancia media, lo templó con la mano de escribir, oxigenándolo con listeza. De manera cabal entendió a este santacoloma con pelaje de cielo santanderino. Otro broche pectoral contuvo caudalosa torería. Como el del remate de la serie zurda. Se atalonó por el más boyante pitón diestro, con las telas por delante mientras barría la negra arena, sentido y profundo en su sincera apuesta con «Bombero». Hasta la última gota exprimió en tan crecida obra, coronada con ese pase del que es especialista. Se tiró a matar de verdad hasta acabar con la taleguilla destrozada y paseó una oreja de ley. Como otra (que supo a poco tras las dos a El Cid) arrancó al sexto, un animal al que le faltaba celo y frente al que se jugó literalmente el tipo en la hora final. Bárbaro el estoconazo de un dispuestísimo espada, muy puro por instantes y siempre clásico, sin alharacas.

Curro Díaz, sin fortuna con un primero de mansitas querencias de salida y justo de poder -no ayudó nada el caído puyazo-, dejó muletazos despaciosos y pinceladas con gusto en el buen cuarto, pero el acero se fue abajo y se esfumó el posible premio del sustituto de Román, otro caso para analizar...

A hombros se llevaron a El Cid y Emilio de Justo. Larga vida al clasicismo, de quien se va y del que debería estar en todas las ferias punteras. Que tomen nota los que manejan su barca entre baño y baño. Y los que mandan en el buque de una Fiesta que no siempre es justa.

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