Interesante novillada de Dolores Aguirre en Las Ventas

Abel Robles dio una vuelta al ruedo en la nocturna de Madrid

Abel Robles Paloma Aguilar

Efe

La interesante novillada que echó la ganadería de Dolores Aguirre fue, sin duda, lo más destacado de una noche de despropósitos en Las Ventas, en la que a Javier Velázquez le pudo su propio miedo, José Manuel cayó herido y Abel Robles, que hizo lo más destacado, dio una vuelta al ruedo sin trofeo.

El toreo tiene cosas que son difíciles explicar. Como el caso de Javier Velázquez, un novillero de ¡37 años! que debutaba hoy en Madrid después de que la empresa le pusiera este año después de que hace meses se plantara en huelga de hambre en la misma puerta de arrastre de la Monumental madrileña.

Y podría entenderse que el sevillano, para sí mismo, en un alarde de autoconvicción desesperada o de locura transitoria, pensara que podía enderezar su trayectoria con una supuesta tarde de gloria en la primera plaza del mundo.

Pero al final imperó la lógica, lo que todo el mundo se esperaba, es decir, una actuación desastrosa, desconfiada, de esas en las que el miedo se apodera de uno y no se es capaz ni de ponerse ni una sola vez.

Sería injusto darle un palo. Pero sí habría que avisar a la empresa que no tiene sentido dárselas de sensibles en este tipo de casos, pues más que dar una oportunidad lo que provoca es enterrar de por vida a un ser humano, que hoy seguro llegará al hotel consciente de que esto ya no es para él.

Y más con una Dolores Aguirre. Anda que han tratado de cuidarlo. Claro que tampoco se le puede pedir peras al olmo cuando no han tenido ni la mínima sensibilidad de guardar un minuto de silencio por Angelete, el decano de los toreros, que falleció ayer.

Volviendo a la noche, el primero de Velázquez fue masacrado de manera infame en varas. Pero ni así, prácticamente moribundo el animal, llegó el mozo de La Algaba a ponerse ni una sola vez con él. Le quitó cuatro moscas y a por la espada.

Y más de lo mismo con el cuarto, que aparentemente no se comía nadie, y con el que Velázquez fue incapaz de pegarle un solo muletazo. Dio pena verlo. Más todavía cuando las mofas empezaban a surgir desde los tendidos. Él tiene mucha culpa, claro que sí, pero también la empresa de ponerlo sabiendo lo que iba a pasar. ¿No le iban a ver en el campo? Seguro...

Y para ahondar en la mala suerte, por el percance del compañero tuvo que hacerse cargo del quinto, al que directamente montó la espada.

Otro veterano del cartel, con 31 primaveras, fue José Manuel, que pasó las de Caín con el segundo, un novillo que empujó en el caballo y desarrolló en el último tercio, muy exigente, metiéndose y rebañando por los dos pitones. El murciano hizo el esfuerzo, muy despegado, eso sí, con más corazón que cabeza, pero al menos trató de justificarse, llevándose, incluso, una fuerte voltereta.

Otra más se llevó del encastado quinto, con la diferencia que esta sí le dejó fuera de combate. Fue llevado a la enfermería sin conocimiento. Otro desgracia más para una tarde plena de despropósitos.

Abel Robles tuvo que lidiar con la exigencia y la transmisión del tercero y con el viento que empezó a también a molestar. El catalán fue todo disposición, equivocándose, quizás, en los terrenos, empeñado en torear en los medios con la muleta ondeando como una bandera.

El milagro fue que no acabara cogido, y también el hecho de lograr un par de tandas de naturales estimables en una labor excesivamente larga y en la que sonó un aviso antes de montar la espada. Se marcó una vuelta al ruedo.

El sexto también se dejó mucho, y Robles, que brindó al público, pegó muchos muletazos en otra labor animosa, pero sin decir tampoco gran cosa.

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