Historias de San Isidro

El sainete de Corrochano

La corrida del santo de hace un siglo, con Gaona, Belmonte y Dominguín, indignó a madrileños e «isidros»

Domingo Dominguín, pasando de muleta en la plaza de toros de Madrid Alfonso Sánchez

Ángel González Abad

La corrida anunciada para celebrar la festividad del patrón de la capital de España hace exactamente un siglo, no resultó buena precisamente. Ni para los aficionados, ni para los toreros ni para el mítico crítico de ABC, Gregorio Corrochano , que echó mano del ingenio para escribir una de las crónicas más singulares de las que acoge en sus páginas el centenario diario. « Apuntes para una escena de sainete », tituló un texto de deliciosa lectura, pero de durísima crítica a lo que ofrecieron en el ruedo de la vieja plaza madrileña tres figuras como Rodolfo Gaona, Juan Belmonte y Domingo Dominguín.

El sainete de Corrochano se desarrolla en una taberna con la plaza de toros al fondo en el momento en que termina la corrida del día de San Isidro, aunque «realmente lo mismo puede ocurrir cualquier otro día, pues para el aficionado a toros siempre es San Isidro». Y comienza el diálogo entre un madrileño y un «isidro». Insiste el primero en que para ver toros, para seriedad, Madrid, lo que produce la hilaridad del visitante, que le espeta: «Yo no he visto en ninguna parte que salga un torero, que mande marear al toro a capotazos y cuando ya lo cree mareado, sin tentarle, sin dar un pase de muleta pincha mientras huye y corre a tomar la barrera ¡Y ocho veces! No me negará que esta fue la faena de Gaona» .

Sigue la pelea dialéctica, y hasta interviene «un aragonés» que espeta: «Que vaya a hacer eso a Zaragoza», y «un navarro» que apuntala: «Que lo haga en Pamplona...».

Y el del Foro que insiste: «Pues, a pesar de todo, yo insisto en que para ver toros, Madrid». A lo que un viejo aficionado responde: «Eso era antes, pollo» y para apuntalar su afirmación relata que Belmonte «no se hubiera arrollidado fuera de cacho, mientras el toro miraba al presidente como diciendo, ¿pero ve usted esto?». El madrileño recula y comienza un diálogo sereno en que de los toros «dijeron pestes, que eran bastos, chicos, flacos, poco bravos». Mientras que de Dominguín, que dio una de cal y otra de arena , «en el otro estuvo mal y pesado con el estoque».

En un momento la escena se disuelve porque todos salieron corriendo a comprar billetes para la corrida del día siguiente donde esperaban los toros de Pablo Romero .

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