Finito, aroma de toreo eterno en el Coliseo de Nimes
El cordobés cuaja al gran cuarto toro de Fuente Ymbro tras escuchar los tres avisos en su primero. El francés Juan Leal cortó tres orejas
El temple, el mando, la cadencia, el ritmo, el valor, la bravura, la casta… todo lo que ha hecho eterno el toreo se aunó en la muleta de Finito de Córdoba ante el cuarto toro de la corrida de Fuente Ymbro. Un toro bravo, con clase superlativa, y enfrente un torero pleno de sensibilidad, con una gran expresión artística, fiel a las normas de la más clásica tauromaquia. Allí brotó el toreo, y las piedras milenarias del coliseo romano de Nimes se inundaron de su aroma, que aroma tuvo, todo lo que Finito le hizo al excelente astado.
Una faena con sus altibajos al comienzo. Que la cosa no era fácil, pues Juan Serrano había escuchado los tres avisos en el toro que abrió plaza y vio cómo lo devolvían a los corrales. Mal trago tras una labor con fogonazos de calidad en la que el diestro naufragó sin paliativos con la espada. Se sobrepuso, y cómo. Muletazos lentos, la figura erguida, acompasada siempre con el trazo largo y profundo, en series de hasta siete muletazos. Todo fue a más…., y mejor. Pues el final de faena a dos manos tuvo ribetes de orfebrería cordobesa. La espada frenó el entusiasmo, aunque la vuelta al ruedo fue sentida, de satisfacción íntima.
El lote de Fuente Ymbro se lo llevó el francés Juan Leal que derrochó entusiasmo. No regateó esfuerzos en la búsqueda del triunfo y lo logró con la complicidad presidencial y del paisanaje que quisieron obviar el pésimo remate con el estoque que tuvieron sus faenas, sobre todo la que realizó al excelente sexto que no merecía el infame bajonazo. Dejó constancia de lo a gusto que se encuentra metido entre los pitones, lo que habla en su innegable valor.
No tuvo la suerte de cara Diego Urdiales ante dos toros deslucidos. El segundo, a punto de cumplir los seis años, hacía sentir su edad a la hora de repetir las embestidas. No se le engañaba tras el segundo muletazo, y el riojano anduvo con firmeza. Como con el quinto, que con su sosería no dejó que la faena de Urdiales levantara el vuelo.
A hombros se llevaron a Juan Leal por la puerta de los Cónsules, pero el buen toreo quedó dentro, su aroma lo impregnó todo.