El triunfo de la libertad taurina en Mérida sin la barrera del metro y medio
José María Manzanares corta una oreja en su reaparición con una corrida de Luis Algarra de escaso poder
Volvían los toros a Mérida con el cincuenta por ciento del aforo tras la suspensión de la Feria de Sevilla por la imposición del metro y medio y con la buena nueva de la reactivación de la Fiesta en Madrid. Solo el paseíllo –con el ruido de los tendidos cubiertos de mascarillas– era ya el triunfo de la libertad en tierra extremeña frente a esa discriminatoria distancia de Andalucía. Era, también, el regreso de José María Manzanares a los ruedos después de un parón de ocho meses al someterse a su quinta operación por una severa lesión en la espalda.
Camino de la plaza, Miguel Ángel , taxista desde hace trece años, sonreía de nuevo: «Da mucho alegría ver la ciudad con ambiente, verla viva. Este sábado, comparado con los anteriores de la pandemia, puede suponer un incremento del 80 por ciento en mi sector. Lo necesitábamos».
Ya a la entrada del coso, con las mascarillas enfundando la cara, tomaban la temperatura. En los tendidos, carteles de prohibido el uso con una cruz roja en la mitad de las localidades. Un acomodador gritaba cada vez que alguien cogía el vaso: «Señor, señora, la mascarilla puesta». Lo recordaba el personal de chaleco naranja y también la voz de megafonía cada cinco minutos. Mientras, se vendían almendras debidamente envasadas y no con el tradicional cartucho. «¡A la rica almendra!»
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La figura alicantina reapareció con un toro de Luis Algarra que, pese a parecer descoordinado en el inicio, repetía y repetía. Y Manzanares encadenó muletazos que desataron la locura. Hubo algún natural al ralentí y pases kilométricos en redondo. «¡Qué clase!», se oyó. Buscó la muerte frente al tendido 1, y a la primera lo cazó de una estocada recibiendo. Que no cayese en lo alto poco importó. Los pañuelos asomaron y paseó una oreja.
Concedió larga distancia al quinto, que se pegó un volatín al segundo viaje mientras le bajaba la mano. Se lastimó y aquello nunca tomó vuelo y, tras unos naturales con cadencia, el animalito se postró como un penitente. Lamentable imagen. «Ponle la vacuna», bromeó un espectador. Y el pinchazo llegó, pero con la espada.
El toro inaugural, herrado con el 55, embistió bien al suave capote de El Juli, que lo pulseó con técnica para aprovechar la calidad de un enemigo que apenas se sostenía. «El pienso anda muy caro», resumió un hombre de campo. Y es que el colorado lucía, además, estrechas hechuras...
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Salió totalmente enfibrado en el cuarto, ganando terreno a la verónica y con una soberbia media. No paró de moverse este algarra durante la lidia y hubo brindis al público. Pero se derrumbó en el estreno de faena y aquella costalada se notó. Julián López, crecido y con asiento , exprimió hasta la última gota a media altura. El pase de pecho de pitón a rabo puso a la gente en pie, como el arrimón del epílogo, con raza de figura. Todo lo estropeó con la espada, de horrible ejecución.
Al tercero lo zurraron de lo lindo en varas y, claro, lo acusó luego, cosa que recriminarían a Pablo Aguado . Triste estampa la del rival arrodillado frente al matador, que poco pudo hacer, salvo enviarle del todo al otro mundo de media estocada. Se resarció en parte en el último, con una obra de personal sello. Bonitas las verónicas y más bello aún el quite por chicuelinas, con la guapeza del remate. Torería en estado puro en el prólogo de dobladas, aunque aquella tierra prometida se evaporó entre la naturalidad y los detalles con otro toro agradable y que decía poco. La gente, a estas alturas, ya estaba a otra cosa. Como Aguado debería estar este domingo en una tarde maestrante que no será...
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