Feria de Palencia
La corrida indecente
El Juli pone la raza que le faltó a ‘Garcichico’ en un despropósito presidencial: regala la segunda oreja que denegó a El Juli y concede una aburda vuelta al ruedo al sexto toro
Qué falta de decoro. ¿No había una corridita más aparente en la dehesa? La torpeza de las mentes privilegiadas del toreo no se entiende a veces: una plaza casi llena y la televisión presente para contemplar un desfile de toros que deprimían. ¿De veras no hay nadie que le ponga el cascabel al gato de la presentación? La afición no pide elefantes ni cuernos que acaricien la luna, pero otro continente se agradecería... Para colmo, a su justo trapío se sumó un pobre contenido. Mala, pero sin maldad, aunque sí desconcertante con su raro comportamiento, fue la corrida de Garcigrande, una divisa brava señera. A la ausencia de seriedad del ganado elegido por las figuras se sumó la actuación del palco. Un sinsentido.
Cogido con alfileres y distraído salió el primero. «¡Hazlo bueno tú, Morante !», gritaron. A la defensiva andaría este ‘Cuarenta y dos’, con la cara arriba siempre. Ni conocía la clase, ni la fijeza. El sevillano lo intentó, pero ahí había poco que rascar.
Justísimo el ‘garcichico’ segundo, que sembró el desconcierto. Hacía gestos El Juli , como de burriciego. No agradaba a los de luces el animal, que derribó al piquero y sembró el pánico. Una capea parecía aquello. La cosa es que ‘Pasacalle’ se mantuvo en el ruedo y El Juli, tras un brindis al cielo, pulseó con perfecta técnica el obediente lado derecho. Acabó en las cercanías, dejándose lamer la taleguilla. ¿Dónde estaba aquel ‘Caín’ que querían devolver a chiqueros? Con firmeza cerró y ni el verduguillo le robó la oreja.
Con una cadena por bajo abrió su obra Manzanares , que vio cómo el toro ponía los pitones en las nubes. Buscó el alicantino gobernar el desclasado viaje y logró muletazos de mérito sobre la diestra. Peor era por el zurdo: de milagro se salvó de la cornada.
Subió la apariencia del encierro en la segunda parte, pero no el juego. Al menos en el cuarto, que complicó la vida a los subalternos. Morante, tras unos naturales, quitó las moscas al infumable bicho. La bronca se escuchó en la catedral. En gótico, románico y visigodo blasfemaba el personal.
Basto el quinto, con el que El Juli puso toda la raza que le faltó a su hierro favorito y buceó en una embestida que salía a su aire de cada encuentro. Muy por encima del enemigo, cortó una oreja con fuerte petición de otra, con una pitada al presidente. Incomprensiblemente, el trofeo que el palco denegó al madrileño se lo regaló a Manzanares en el sexto. Ni el propio torero se lo creía... El broche a la filosofía del absurdo fue el pañuelo azul al ejemplar más emotivo, ‘Abades’, pero que ni de lejos merecía tales honores. Un despropósito absoluto en la corrida indecente.
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