El botijo de José
España entera, como el piporro con su nombre horas antes, había quedado hecha añicos aquella tarde del 16 de mayo en Talavera
![Gallito](https://s2.abcstatics.com/media/cultura/2020/05/12/gallito8-U40715982570R0H--1248x698@abc.jpg)
El cielo amaneció plomizo aquella mañana en la madrileña calle de Arrieta. Debía de ser uno de esos días en que las gentes del toro lo miran docenas de veces antes de llegar a la plaza, no vaya a ser… José se despertó regular . La noche no había sido buena, no había dormido bien. La bronca del respetable de la vieja plaza de Madrid en la tarde anterior seguramente tuvo la culpa.
Los públicos estaban cansados de José y Juan , o eso creían ambos. Por ello decidieron después de una refriega con aficionados madrileños en el patio de cuadrillas que esa tarde, la del día de San Isidro de 1920, sería la última en un tiempo para ambos en la capital. Había que darles margen para que los echaran en falta, se dijeron. José, el niño prodigio del que don Eduardo Miura dijo que parecía que lo hubiera parido una vaca, acababa de cumplir 25 años. Ya no cumplió más.
Eran días extraños en Madrid . La afición andaba caliente con la pareja que a juicio de algunos había tiranizado la Fiesta de los toros hasta el punto de volverla de arriba a abajo. Y vaya si lo hicieron. Se les acusó de cambiar el toro y el toreo . Eran tiempos de vorágine, algo convulsos en una España a la que todavía le quedaban 16 años para enfrascarse en una división absoluta. Mientras tanto, se entretenía dividiéndose entre gallistas y belmontistas . No cabía más opción.
Tren con destino a Talavera
Ignacio Sánchez Mejías llegó tarde a la estación. Se excusó diciendo que había discutido con unos aficionados con un trago de más y a los que todavía les duraba el berrinche de la tarde anterior. Pero todos, Ignacio, José y su cuadrilla, subieron a tiempo al tren que tenía como destino Talavera. Eran las 8 de la mañana del 16 de mayo, y Enrique Berenguer «Blanquet» todavía no había notado el olor a cera.
Al llegar a la Fonda Europa, subiendo las maletas, algo rompió la tensa calma propia de una cuadrilla a horas de vestirse de luces; –¡Crack! –. ¿Qué ha sido eso?- El botijo con el nombre del matador en letras negras que acompañaba a Gallito cada tarde estaba en el suelo hecho añicos. -Se ha roto Joselito- dijo él, sin saber que se rompería literalmente solo unas horas después.
El presagio que nadie vio venir
El piporro en mil pedazos fue el presagio que nadie vio venir entonces, pero en el que no tardaría en reparar Blanquet más tarde en el patio de cuadrillas . Cuando el valenciano, hombre de confianza y peón de José, olía a cera, juraba el banderillero que la muerte rondaba por el lugar. Por eso advirtió a su jefe de filas justo antes de la corrida en Talavera. En el mismo lugar, pero de diferente plaza donde solo 24 horas antes José decidió que había que quitarse un tiempo de Madrid, el subalterno le pidió que se quitara esa misma tarde. Caso omiso, claro. El resto ya es historia.
«Bailaor» salió en quinto lugar, escarbando y con la muerte en los pitones. Después vinieron la foto de Ignacio llorando a su amigo y cuñado, la sangre de los Ortega bajando por el río a la altura de Gelves, las lágrimas de verdad de la Macarena y las calles nunca antes así de abarrotadas diciendo adiós para siempre al Rey de los Toreros. José ya estaba en la Gloria, y España entera, como el botijo con su nombre horas antes, había quedado hecha añicos aquella tarde del 16 de mayo en Talavera. En el gremio de los toreros hay supersticiones razonables. Casi todas ellas premonitorias.