Antonio Ferrera, gran chef de la faena más rica en Valladolid
Extremeño sale a hombros; Padilla y Garrido cortan una oreja en una larguísima corrida
Pasaban los minutos, pasaba la vida, y no había modo de que el toro devuelto entrara en chiqueros. «Nos van a dar las uvas», se oyó en la plaza. Como se eternizaría aquello que, cuando asomó el pañuelo verde, sol y sombra se abanicaban, y al acabar tal capítulo las chaquetas cubrían ya los brazos de los espectadores. Apuntillado el animal, hora y media después del estreno de la Feria de Valladolid , salía el sobrero de Fernando Sampedro. José Garrido (sustituto del lesionado Fandi) brindó al público y obtuvo varias series logradas con un «Jabo» que, pese a rebrincadito, iba y venía con su son a las telas. Con el viaje ya más corto, se pegó un soberano arrimón, hasta desplantarse rodilla en tierra. Como lo cazó a la primera, inauguró el marcador del festejo, lamentable en sus dos primeros episodios, con dos toros de Torrehandilla absolutamente podridos y sin noticias de la casta...
En la segunda parte mejoró la corrida, pero sobre todo apareció el mejor toreo por obra y gracia de Antonio Ferrera . El extremeño metió en el canasto al quinto, obediente a su maestría. Como un gran chef de embestidas, paciente y técnico, amasó tandas de original sabo r, preservando siempre la pureza de los ingredientes de su personal tauromaquia. Por ambos pitones, echó los vuelos, se gustó con el mentón hundido y cinceló pases de pecho a la hombrera contraria. Un primor, con remates torerísimos, oxigenando mucho a este «Caribeño». Se abandonó totalmente en el epílogo, toreando para sí mismo y calando hondo en la afición hasta plantarse entre los pitones para exprimir al torrehandilla. Un cambio de mano antológico y unos ayudados finales con el sello de la torería desataron los oles. Ni el pinchazo se interpuso en su camino hacia la puerta grande, con dos orejas «Michelin» a la faena más rica.
Antes, Juan José Padilla había paseado un trofeo del nobilísimo y buen «Jaranero» cuarto. El Ciclón de Jerez, entregado desde la larga de la bienvenida, los quites, los palos y el penitente prólogo, acabó con el terno blanco barnizado de arena. De rodillas transcurrieron las escenas más intensas de su jaleada actuación.
Pasadas las nueve de la noche, Garrido daba cuenta del desrazado sexto, al que trazó una afanosa y extensa labor, como remate de una larguísima tarde de tres horas . Y pico...