La alternativa de Rafael de Paula bajo la mirada de Pedro Romero

El gitano se doctoró en la goyesca de Ronda de hace sesenta años

Ángel González Abad

Era el 9 de septiembre de 1960. La goyesca de Ronda cumplía su quinta edición y anunciaba la alternativa de un diestro singular, un gitano en el ruedo, una personalidad desplegada después durante décadas que alcanzó la genialidad. Aquella goyesca, con toros de Atanasio Fernández, acartaleba junto al joven jerezano a Julio Aparicio y a Antonio Ordóñez, y a juicio del crítico de ABC, Antonio Díaz-Cañabate, todos bajo la atenta mirada del histórico Pedro Romero.

«Pedro Romero en el ruedo» fue el título de la crónica abecedaria, en la que el popular “Caña” aprovechaba la efigie del rondeño dibujada en la arena para elogiar su figura y comparar toda su historia con lo que iba sucediendo en la tarde goyesca.

«En el centro del ruedo de la plaza de Ronda, Pedro Romero saluda a la multitud», describe el escenario sobre el que un joven torero iba a ser investido matador de toros. «En mis tiempos había toros con edad, con trapío, con Romana. Pero bien está. Ya sé que han pasado dos siglos y que los siglos no han pasado en balde, que todo lo trastornan, que todo lo transforman. Me quedaré a ver lo que sucede con estos toritos, a ver una corrida del siglo XX, a ver cómo torean los toreros de estos tiempos».

Y lo que vio Romero por los ojos de Cañabate fue que los toreros iban “lamentablemente vestidos”, y con esa “absurda vestimenta tomó la alternativa Rafael de Paula de manos de Julio Aparicio”, con un torillo colorao merecedor de banderillas negras. “Y Paula se dio cuenta enseguida que el manso en el primer tercio era parecido a uno bravo en el último, y le toreó a placer, le toreó en las inmediaciones de Pedro Romero para que el maestro se percatara de que toreaba con arreglo a las reglas clásicas, cargando la suerte, corriendo la mano, acompañando al torete con gallardía, majeza y gracia”. Buena faena, sentenciaba el crítico, que puso en boca del mítico rondeño que a punto estuvo de lanzarle el chambergo, pero “no nos precipitemos, esperemos a ver cómo lo mata, aunque estoy seguro de que después de semejante faena citará a recibir, dejándose el nefasto volapié, que en mala hora inventó el amigo Costillares”. Se equivocó Pedro Romero y Paula entró al volapié y paseó una oreja en triunfo.

Otro trofeo se llevó del sexto, al que el toricantano toreó con mucha decisión, «incluso con valentía», pero mató malamente.

Aparicio y Ordóñez triunfaron a lo grande, consiguiendo los máximos trofeos, y al final, Cañabate bajó al ruedo para conocer la opinión del maestro, pero de su efigie apenas quedaba algún esbozo, «unos cuantos chafardones descoloridos y sucios»..., en el mismo momento en que comenzó a forjarse la leyenda de Paula.

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