Morante y su edén de benditas imperfecciones
Cuaja una obra de pura torería con capote y muleta y corta una oreja como Vega
A cada tiempo, su arte; a cada arte, su libertad. Cada una de esas palabras bombeaba en Morante de la Puebla , irremediablemente distinto, irremediablemente genial con su toreo de ayer y hoy. Si su deslucido primero no terminó de agradarle y enfadó al personal, en el cuarto se rindieron a sus filas hasta sus enemigos. A las ocho y cuarto, -a punto de iniciarse el «derbi» Málaga-Sevilla que dividía a los tendidos-, fue su tiempo. Ahí comenzó la libertad del arte más auténtico, que por ser el más puro es el más imperfecto... Bendita su fluidez de ideas, benditas sean las emociones que desperezó.
Dentro de esa imperfección hubo escenas tan perfectas que vencían a la fantasía. Había hecho soñar Morante desde esas verónicas en las que ganaba terreno: cada lance era un verso, cada lance escondía tanto sentimiento que cuando deslizaba las muñecas el capote parecía herir la arena. Sangraba ya la vida de una obra que se superó aún más en cuatro monumentos a Chicuelo, con una media de museo. Aquello eran chicuelinas de verdad y no los pelotones que se ven a destajo. Tan sobre ruedas iba todo que hasta Lili se envalentonó con los palos en un meritorio par. Transcurrían los minutos, pasaba la vida y para esa vida a la que se ha aferrado heroico Jiménez Fortes tras una cornada tremebunda fue el brindis.
Entonces llegó la tauromaquia de otra época, esa que hemos leído, que nos han contado, que contemplamos en las fotos sepia de hemeroteca. El de La Puebla , que antes había enseñado a torear con el capote a quien quisiera tomar nota, se sentó en el estribo y ahondó en cuatro ayudados en honor a El Gallo que reventaron la Malagueta . Ya nadie se acordaba del fútbol... La música arrancó a sonar entonces. Las palmas desprendían fuego de tan estruendosas, los oles se enronquecían. Tomó el sevillano el camino de la derecha, el que conducía a un paraíso de bellísimas imperfecciones. Este «Feriante» se movía sin clase, tónica del deslucido sexteto de Cuvillo , con algún ejemplar que tenía de trapío de primera lo que un triciclo en una autopista.
Con ese rebrincado viaje, la limpieza era imposible, lo escribo para los míster Fairy que piden castañas a la encina. Eso sí, no hubo ni pizca de grasa de cebo, todo era de bellota en una faena que, sin ser rotundísima por la condición del oponente, estuvo salpicada de maravillosos detalles, con recortes de pinturería, con esos kikirikís y esas trincheras, con esa manera de andar y salir de la cara del toro en ese aquel tan Bienvenida . Con la mano del pincel cimentó la obra, y fue de mitad hacia delante, tras ir ahormando y adueñándose de la embestida, cuando trazó dos tandas de seducción absoluta. Una gozada el toreo a dos manos, por alto y por bajo. Valientes y profundos los ayudados para cuadrarlo, con los pitones en la hombrera. Enterró una estocada a la primera, que no podía ser perfecta en este edén de bendita imperfección. Se pidieron con ímpetu las dos orejas, pero solo se le concedió una. En nuestra memoria queda la torería para el recuerdo.
Aunque lo de Morante es y fue otra película, Salvador Vega también nos trasladó a un rodaje apasionante desde su saludo con torerísimos lances rodilla en tierra, como si se hubiese estudiado aquellas inolvidables estampas de Antonio Ordóñez . Preciosas fueron también las chicuelinas, que dos capítulos después encumbraría Morante . Y Vega , para demostrar que el arte no es incompatible con el valor -sino todo lo contrario-, se plantó en los medios para cincelar dos pases de las flores sin pestañear. El toro, pese a puntear por no sobrarle las fuerzas, tenía son y opciones para el triunfo, incluso en esa manera de abrirse. Así pues, el malagueño se puso a torear en una faena con algún altibajo cuando el temple no era el adecuado, pero con gusto y entrega. Tuvo la inteligencia de oxigenarlo, aunque un volatín lo dejó más apagado. El estoconazo fue de premio y se ganó una oreja. No pudo redondear con el geniudo quinto, con el que se afanó y dejó bonitos destellos.
Manzanares, con un lote que valió poquito, lo intentó pero apenas pudo expresarse... La expresión había sido toda de Morante. A su tiempo llegó su arte, y con ese arte, la libertad. Como si el de La Puebla hubiese bebido en ese lema de Gustav Klimt que Natividad Pulido ha refrescado en nuestro ABC del Verano.