Talavante, el genial torero picassiano

Más inspirado de lo que merecía una «encerrona» de nueve toros, corta dos orejas al mejor

Talavante, el genial torero picassiano efe

ROSARIO pérez

Perdonen los renglones torcidos, los garabatos impresos, las palabras como enredaderas sin barrotes a los que abrazarse. El latido del corazón aún peregrina por ese sendero de emociones al que nos trasladó Alejandro Talavante al filo de las nueve. A esa hora amábamos el toreo tras la decepción de una encerrona de toros sin casta ni fuerza ni clase que no valían ni para adornar la carretera. Con la anochecida asomando por los balcones de la Malagueta , arrancó el viaje a la esencia de la creación. Era la fusión de las almas de ayer y hoy en un discurso sin más retórica que la pureza y el arte. Hubo que esperar al cuarto toro , el séptimo que asomaba por chiqueros...

Vayamos por partes: el titular, con el hierro de Daniel Ruiz , metía fenomenalmente bien la cara y permitió unas verónicas y chicuelinas con sabor. Nos los prometíamos felices cuando a la salida del caballo se pegó un costalazo en el capote del banderillero y se partió el cuerno. Para uno que humillaba... Un gafe parecía andar suelto. Saltó entonces un sobrero de Lagunajanda, otro inválido que regresó a chiqueros, allá donde Loren había pintado una «maja» al desnudo para una corrida picassiana salpicada de toreografías. Imaginando que lo que quedaba en toriles no sería ningún dechado de virtudes, Talavante decidió correr turno y apareció el de Garcigrande. De rodillas como un penitente, como si pidiera perdón al descontento público que colmaba la Malagueta por el mal juego del ganado –qué ojito el de los veedores–, prologó con riesgo la obra antes de continuar en pie absolutamente abandonado. Una delicia. Y la locura. ¡ Qué manera de torear ! A los medios se lo llevó y allá las zapatillas giraron como un compás hundido. Más roto en la siguiente, con ligazón y temple, exprimiendo el notable lado derecho al son de la ópera Carmen. Ahí había comenzado ya la historia de amor, que no logró romper el más nulo pitón zurdo, por donde se entretuvo en dos naturales de parsimonia y seguridad acongojante antes de sacárselo por detrás. La trincherilla y el desprecio mirando al tendido pusieron a los tendidos en pie mientras el autor del reto se arrodillaba de nuevo. Fue la seducción absoluta. ¡Bárbaro! Llovieron los sombreros antes de la estocada al encuentro. Las dos orejas se pidieron con titánica fuerza y Talavante las paseó en una apoteósica vuelta al ruedo, rozando esas maderas pintadas por Loren en recuerdo a Picasso . Y la figura extremeña le rindió el mejor tributo desde que tomó el capote a modo de pincel: la inspiración le pilló trabajando. O creando, que fue lo que hizo el genial torero picassiano, siempre por encima de la «encerrona».

Serían los únicos trofeos que conquistaría , aunque se mereció uno más en el siguiente. El de La Quinta fue el único con acento «torista» del desigual conjunto, que ocupaba el lugar del rechazado de Adolfo. Alejandro templó la embestida, que no se empleaba y quería desentenderse con su carita alta de lo que allí acontecía. Y lo que sucedió fue que anduvo francamente bien con un ejemplar de mediana transmisión.

De oreja para aficionados fue la obra al segundo, de Victoriano , en el que dibujó dos medias rematadas en la cadera de museo. Manseó en varas y el quite apenas pudo ser. Sí fueron los doblones, sanadores de la vulgaridades, con un cambio de mano fantástico. Talavante dominó la embestida, nada fácil con esos tornillazos. Las manoletinas milimétricas pusieron el colofón a un obra de enorme mérito.

El pacense no quiso dejarse nada ya en el que abrió plaza, con firmeza superior desde los estatuarios a un fuenteymbro de media arrancada y de perenne calamocheo, con el que se ofreció en zurdazos pasándoselo por la bragueta. Acabó metido entre los pitones , como un novillero que tiene que ganarse el pan del día siguiente.

Pero Dios y Talavante dispusieron y el toro lo descompuso... El descoordinado tercero, de Juan Pedro y muy tocado de pitones, fue sustituido por una porquería de Jandilla que solo mereció brevedad . A las diez menos veinticinco saltaba el sexto, noveno de la tarde-noche. Un torreherberos vulgarote en el que cimbreó la muñeca por momentos a ritmo de privilegiados. Se esperaba más, pero decepcionaron los toros: el torero, no, más inspirado de lo que merecían semejantes rivales. Cosa de genios , esta vez en homenaje a Picasso.

Talavante, el genial torero picassiano

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