Las dos caras de la grandeza de la Fiesta

Dicen que los gitanos no quieren buenos principios. Sensacionales fueron los inicios de la tarde, con dos toros de Torrestrella para soñar artista y ganadero. Felicitaciones a don Álvaro Domecq, que dos ya es multitud si se tiene en cuenta que en algunas corridas embisten más los cabestros que los de bravo. Un espectáculo de la mano de tres toreros que brindaron lo mejor de sí y que no perdonaron un quite. El que no perdonaría luego sería el sexto, que se cebó con el subalterno José María Amores en banderillas. No hubo parte del cuerpo a la que no le lanzara cornadas: el muslo izquierdo acabó como un mapa de carreteras y si la del pecho se quedó en varetazo resultó un milagro, porque aquellos segundos, con «Rayosol» encelado con el hombre que vestía de tabaco y plata, fueron horribles.

Ese toro, a la defensiva siempre, no valió un alamar y no mereció la exposición de José Garrido , que se enfrentó con diferencia con el peor lote. Aun así, desató los olés en unas sentidas verónicas de pecho por delante y planta hundida en cada lance al tercero. Las dos medias que sopló fueron para erigirlas en verso. Brindó a Fortes y por poco no acaba el joven extremeño en el hule. Porque este torrestrella no era como sus anteriores hermanos, con un molesto cabeceo y poca clase. Valor y entrega de Garrido desde los estatuarios, con muletazos de mucho mérito, especialmente por naturales.

Joselito Adame sería el triunfador con dos orejas . Mucho carbón en sus entrañas guardaba su primero, un «Confitero» con casta y revoluciones al que saludó con brillo. Valentísimo el azteca desde el prólogo por alto hasta llevarse al toro a los medios, con series de máxima emoción frente a una máquina de embestir y de cara alta en el adiós. El estoconazo al encuentro valió por sí solo una oreja.

Por si había dudas sobre si había exprimido del todo a ese encastado «Confitero», no se dejó nada en el quinto, obediente a las telas de Adame, que se templó por ambos pitones, especialmente al natural. In crescendo la obra y torero el broche por bajo. El premio era suyo, pero el acero se fue a los bajos. No importó: la plaza se vistió de blanco y paseó un trofeo.

Manuel Escribano suma y sigue en su ascendente temporada. Pura ambición, se fue a portagayola con el fabuloso primero. Ceremoniosamente despacioso ganó terreno a la verónica y ofreció su espectáculo con los palos: alucinante el par por los adentros. Los dos pases cambiados mantuvieron activado el alto voltaje tras un brindis en la «O» de Fortes, cuyo hastagg de #Fuerza estaba impreso en la arena. Puesta y dispuesta la muleta para torear a derechas, con un cambio de mano superior, a juego con el toro, de boyantísima embestida. Menudo temple tenía el nobilísimo «Impaciente» también por el izquierdo. Y menuda templanza deletreó Escribano , que se volcó en un espadazo hasta los gavilanes. Se pidieron con ímpetu las dos orejas, pero la señora presidenta dijo –como luego con Adame– que nones, que una y no más. El basto y marmóreo cuarto se paró al primer muletazo. Atrás quedaba el recuerdo de la solidez de la terna y de dos excelentes toros. Con la noche encima a la espera del parte, tratábamos de olvidar la dramática escena del hombre de plata... Las dos caras de la grandeza de la Fiesta.

Parte facultativo: Amores sufrió «una cornada en el muslo izquierdo de 24 centímetros con varias trayectorias, una ascendente de 15 que rompió fibras del sartorio, vasto interno y recto anterior; y dos descendentes, una de 35 centímetros, y otra sobre el canal de Hunter, de 30 centímetros, que diseca fibras del vasto interno hacia subcutáneo. Varetazo en región costal. Pronóstico grave».