Romance de la corrida de Beneficencia

Decepcionante mano a mano de El Juli y Perera con los desiguales toros de Victoriano del Río

Romance de la corrida de Beneficencia paloma aguilar

andrés amorós

En la Plaza de Las Ventas, un lleno hasta la bandera para ver esta corrida que llaman Beneficencia. En la presidencia está Su Alteza la Infanta Elena, que la Familia Real esta tarde representa pues Don Felipe anda lejos, en la capital francesa. Sólo se escuchan aplausos cuando Doña Elena llega; aquí, Artur Mas no podría sonreír de oreja a oreja, ni prohibir, por odio a España, la más española Fiesta.

En el cartel, dos toreros, que forman buena pareja:

Julián López, madrileño, y Miguel Ángel Perera. Los toros de Victoriano parecen buena promesa. Viene El Juli de triunfar en una Plaza extremeña: en la tele pudo verlo y aplaudirlo España entera, pues la corrida se dio por la Primera Cadena, pero Madrid es otra cosa y él en sus carnes lo prueba. Es una tarde plomiza y ninguno la despierta.

Es muy chico el primer toro, se tapa con la cabeza. Va largo en los naturales: liga Julián y se arquea. Es raro que, con buen toro, no entusiasme su faena. Y, a la hora de matar, sólo logra clavar media.

«Soleares», el tercero, luce dos hermosas velas pero embiste desigual cuando El Juli larga tela. Sale suelto del caballo, hace muy floja pelea. Aplauden a David Mora al recoger la montera. Se dobla bien pero luego todo se ha quedado a medias y la gente se divide sin que el entusiasmo prenda. Necesita el poderoso poder a un toro con fuerza. Al matarle, le persigue y ha de saltar la barrera.

Ni pitos ni aplausos

«Beato», como el de Esplá, el quinto, que mucho pesa, pero se emplea muy poco y en banderillas aprieta. Pone voluntad Julián; el toro no tiene fuerza y todo se queda en un esfuerzo sin recompensa. Ni le aplauden, ni le pitan: la gente duerme la siesta pero se pone pesado y el público se impacienta. Con decisión –y con salto– deja estocada trasera.

De uno al otro picador va el segundo, que mansea, sale suelto, huye a tablas y la gente se mosquea. Embiste soso, dormido: no emociona Perera. Mata mal, a la segunda, y la tarde no despega.

El cuarto es un gigantón pero tampoco se emplea. Quita Julián chicuelinas pero con piernas abiertas; con el capote a la espalda le da réplica Perera. No se aparta Miguel Ángel de su habitual firmeza: metido entre los pitones, se pasa al toro muy cerca; impresiona al personal cuando para, manda y templa, hasta que el toro se raja y la faena se espesa. Esta vez sí mata bien, sobre el morrillo se vuelca.

El sobrero de Montalvo es noble pero se frena, embiste con cara alta, sin emoción, sin fijeza. Muestra su valor el diestro dejando las plantas quietas, muletea muy correcto pero ya nada se arregla. Un espadazo concluye con esta tarde, tan negra. No se cumplió la ilusión, la afición no está contenta. El plomo le pudo al oro en una tarde muy fea.

«¿A quién beneficia ésta, llamada Beneficencia?», me pregunta a la salida una aficionada buena. No a pobres ni a enfermos, no; quizá sólo a Taurodelta, la empresa que hace carteles en la Plaza de Las Ventas. Pero queda en el recuerdo que asistió la Infanta Elena. Escucho la voz rotunda de un vecino que sentencia: «Ésta la Fiesta española, lo quieran o no lo quieran».

Postdata. La próxima semana, en el ruedo de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla, donde se han vivido tantas faenas gloriosas, Su Majestad el Rey Felipe presidirá la entrega de los premios universitarios de fin de carrera de la Universidad de Sevilla y los premios taurinos de la pasada Feria de Abril. Ya lo hizo Don Juan Carlos, hace algunos años. Tuve la suerte de estar presente en ese acto y guardo de él un recuerdo extraordinario. Es muy curioso ver unidos a los estudiantes más destacados (por cierto, mujeres, en su gran mayoría, en todas las carreras, incluidas las de Ciencias) con los profesionales de la Tauromaquia: una hermosa manera de subrayar la unión de la Tauromaquia y la cultura de nuestro pueblo.

Romance de la corrida de Beneficencia

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