San Isidro: maravillas de Posada, firmeza de Roca

El extremeño corta una oreja y el peruano la pierde con la espada pero deja una gratísima impresión

San Isidro: maravillas de Posada, firmeza de Roca paloma aguilar

andrés amorós

El interés por las novilladas es síntoma de auténtica afición. Hace un año, vimos una gran corrida del Conde de Mayalde, en Gijón. Estos novillos, muy serios, han presentado complicaciones, salvo el excelente cuarto, al que corta una oreja Posada de Maravillas. Sin trofeos, deja una gran impresión Roca Rey.

Posada de Maravillas (de la familia del inolvidable amigo Juan Posada) torea con sabor añejo. El pasado San Fermín, un grave corte en la mano interrumpió su carrera. El primero se queda cortísimo, no da opciones. En el buen cuarto, sufre una fuerte voltereta, que lo deja «groggy». Sin chaquetilla, cita con el «cartucho de pescao» y traza preciosos muletazos, a cámara lenta, con auténtica clase. Un espadazo del que sale por los suelos pone en su mano el trofeo y pasa a la enfermería con contusiones.

El rubio francés Clemente maneja los engaños con finura y gusto. El segundo mansea mucho, se defiende. El diestro está valiente pero sin fruto. Quizá en la querencia del manso hubiera podido... El quinto es muy pegajoso, se queda debajo. Clemente lo intenta con decisión (ha entrado en todos los quites) pero no logra imponer su dominio y mata con el codo retrasado.

El peruano Roca Rey, recibido con aplausos, triunfó y fue herido, en su presentación. Sin cortar orejas, da una gran tarde: firme, seguro, valiente, con capacidad. Muestra cabeza en el tercero, que se apaga, y está valentísimo en el último, brusco. Cita con los pies en la montera, manda mucho en los derechazos: una faena de mérito, rematada con la espada a cambio de un pitonazo que le arranca el corbatín y otro, en el cuello.

Es fácil jugar con los nombres: Posada nos deleita con las maravillas de su apodo; Roca es tan firme como su apellido. En distinta línea, son dos auténticas promesas.

Postdata. En tarde de novilleros, recuerdo al genio Orson Welles, que quizá lo fue. En Bayona, con Luis Miguel, me dijo que él había toreado novilladas, por Sevilla, con el nombre «El Americano», y me enseñó una cicatriz, en el brazo: según él, una cornada. ¿Sería verdad o una de sus ingeniosísimas mentiras? Las dos cosas son perfectamente posibles. En todo caso, sintió pasión por la Tauromaquia.

San Isidro: maravillas de Posada, firmeza de Roca

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