Solo Talavante en el sopor veraniego de Las Ventas

El extremeño corta la única oreja al mejor toro de la parada corrida del Ventorrillo

Solo Talavante en el sopor veraniego de Las Ventas PALOMA AGUILAR

andrés amorós

Comentan los aficionados el discutible tema del peso de los toros. Muchos se (y me) preguntan: «¿Cómo puede embestir un toro de 700 kilos?» La respuesta es de sentido común: puede, si tiene la suficiente casta y fuerza. Ya sé que no es fácil pero la experiencia lo demuestra: un toro de Fuente Ymbro de ese mismo peso ganó todos los premios de San Fermín, hace años. Y muchos toros de Miura de 600 kilos o más parecen flacos... Depende, por supuesto, del tipo. Y la vieja metáfora automovilística: me importa el motor más que la carrocería. Quizá la tablilla del peso –que en su día fue garantía, para evitar fraudes– sirve ahora sólo para suscitar prejuicios: en Las Ventas, si se ve un peso menor de 500 kilos, los pitos son inevitables, sea como sea el toro.

Llegan a Las Ventas tres figuras, la Plaza casi se llena, en una tarde de calor notable. Los toros, de encaste Domecq (¿cómo no?), dan al traste con casi todo. Solamente el tercero, muy bondadoso, permite una faena estética de Talavante, que le corta una oreja. Todos los demás flaquean, se paran, impiden faenas lucidas: cinco silencios. Ha reinado el aburrimiento. Así estamos...

Padilla sigue disfrutando de esta segunda etapa de cariño popular. El primero, cinqueño, serio, abierto de pitones, flaquea desde el comienzo. Se dan muchos capotazos, todo resulta premioso. De los tres pares del diestro, se aplaude más el del violín: obviamente, el que menos vale. En la muleta, la res se para. A un marmolillo no se le torea. Recibe al cuarto con largas cambiadas, en tablas. Con los palos, brilla al ganarle la cara con facultades, en el segundo. Los muletazos de rodillas, desde el centro, se deslucen cuando el toro también rueda por la arena. Y se apaga. Como alguien que dijera: «¡Hasta aquí hemos llegado!» Mata Padilla con facilidad.

El gran reto

El Cid vela las armas para el gran reto de los seis Victorinos, en el que tanto se juega. Dudo que sea buena estrategia afrontar este compromiso previo. El segundo mansea, embiste sin celo: mitin de los banderilleros. En la muleta, es reservón, espera, queda tan corto como la faena. No se ha puesto pesado pero se alivia con la espada. El quinto tardea, es pegajoso, le pone en apuros. El trasteo no cuaja y la gente se impacienta.

A Talavante le toca la lotería del único bueno, el tercero, y lo aprovecha. Se nota que viene muy «rodado» de México. (No toreó en Sevilla). Lo recibe haciendo el poste, a pies juntos: el toro, ya de salida, no necesita más castigo ni más lidia. Trujillo se luce en dos grandes pares. El toro es noble, bondadoso, pero muy flojo. La faena tiene quietud y estética pero muy poca emoción, porque el toro rueda por la arena varias veces. Destacan los naturales de frente, de uno en uno. Mata con facilidad y corta una oreja. Un vecino, que viene de Sevilla, sentencia: «Faena de bieeen, no de rotundos olés». El público quiere empujarlo para que abra la Puerta Grande pero el último resulta tan flojo y deslucido como sus hermanos. Muletea Alejandro con suavidad y temple a otro desesperante toro parado.

Recuerdo cómo me resumía Alfredito Corrochano la evolución de la Tauromaquia: «Yo decía ¡eh! una vez y tenía que aguantar siete embestidas seguidas. Ahora, dicen ¡eh! siete veces, para que el toro embista una sola». Tenía razón: así son de largas, premiosas y aburridas muchas corridas de toros, hoy en día...

La gente se seca el sudor, guarda los abanicos y sale pitando para ver el fútbol por televisión. Cuando no hay emoción, todo queda a medias.

Postdata. Esta mañana, en Las Ventas, ha tenido lugar el acto de donación, a la Biblioteca José María de Cossío, del archivo personal de Vicente Zabala Portolés, crítico del ABC, durante tantos años. En «La entraña del toreo», escribió esto: «Empiezo por creer en una verdad taurina, aquella que se acerca lo más posible a la perfección. Uno de mis grandes maestros, el para mí inolvidable Papa Negro, también creía en la utopía de la perfección. Empiezo por creer en el toro auténtico: edad, peso, bravura, pitones. También creo en el torero, en el hombre capaz de vencer con arte a ese toro sin mixtificación, arreglos ni componendas. Esa es la corrida perfecta: la conjunción de toro y torero, en dramática pelea».

Solo Talavante en el sopor veraniego de Las Ventas

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