Bohórquez y Mendoza, a hombros en Jerez
El rejoneador jerezano salda con rotundo éxito la despedida ante sus paisanos
Actualizado: GuardarTemblaban los alamares con súbitos guiños de luz. Un aleteo multicolor, un frágil parpadeo de abanicos proclamaban el rigor canicular que hacía presa en los tendidos. Como anuncio de un equinoccio que languidece o preludio de un estío que ya alborea, la tarde respiraba su cansina calima y ofrecía su dorado manto para la despedida ante sus paisanos de Fermín Bohórquez.
Rejoneador de pulcra elegancia y reconocido abolengo que cuenta en sus alforjas con un cuarto de siglo dedicado a esta profesión. Y escogió para la ocasión la compañía de este consumado maestro del toreo ecuestre, oriundo de Navarra, Pablo Hermoso de Mendoza. Con lo que distintas latitudes, septentrión y mediodía hispanos quedaban conjugados en ecléctica armonía taurina para distinguida cita.
Abrió plaza un toro escaso de codicia y con acometida templada, frente al que Fermín Bohórquez mostró su reconocido poderío y acreditada categoría de rejoneador clásico, alegre y ortodoxo. Lástima que el astado, con su manifiesta ausencia de casta y palpables problemas de tracción, no ayudará lo más mínimo al esforzado procede del jinete. Quien, acertado con el acero toricida, vería recompensada dadivosamente su actuación con el doble trofeo.
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Esperó a su segundo oponente a porta gayola, al que condujo y templó su rauda embestida con la grupa burladora de su cabalgadura. Tras prender con desigual acierto sendos rejones, verificó un lucido tercio de banderillas, en el que ofreció muestras de su excelsa doma con quites muy en cortos para provocar las arrancadas de un desrazado y casi estático burel. Dos pares de banderillas a dos manos constituyeron los episodios más brillantes de su actuación.
A lomos de una preciosa yegua baya recibió también a porta gayola al quinto toro de la tarde y último que el jerezano habría de lidiar en este coso. Motivado por esta circunstancia, Bohórquez cuajó una actuación pulcra, rotunda y fabulosa en todos los momentos de ella: Clasicismo en los quites, reunión en las colocaciones, variedad en el repertorio y entrega y pundonor en todo cuanto hacía. Contó para ello con la colaboración del toro que presentó mayor movilidad y duración del encierro. Prendió con dolosura banderillas cortas, largas y puso colorido colofón con sendas rosas que adornarían de vivo carmesí el lomo del burel. Un pinchazo y un rejón en todo lo alto pusieron feliz broche a su historial taurino en la plaza de Jerez.
Aprovechó Hermoso de Mendoza el inicial ímpetu de su primer oponente para dibujar ajustados recortes en la cara de la res. Con ésta pronto refugiada en tablas y con mortecina acometividad, el rejoneador navarro realizó un esfuerzo ímprobo con la alegría de sus cabalgaduras para otorgar vida a tan moribundo cuadro. Pastueña acometida presentó también el cuarto de la suelta, que pronto se tornaría en claudicante, hasta el punto de perder las manos y desplomarse con estrépito en su frustrado intento de perseguir al equino. Circunstancia que obligó al navarro a extraer de su extenso repertorio las páginas más conspicuas de la ciencia lidiadora.
Actuación esplendorosa de Pablo Hermoso en el último de la suelta. Empezó con sucesivos cambios de estribos, ofreciendo la culata para parar al astado. Todo lo que hizo resultó muy ceñido y con mucha verdad. Lo más brillante sucedió en un variado tercio de rehiletes, donde el toro, que hasta entonces había perseguido con entusiasmo la cabalgadura, perdió las manos y el brío que antes luciera. Un rejón de muerte en todo lo alto puso fin a su actuación.
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