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TOROS en El puerto

'Jacinto', de la vacada de El Torero, lo más destacado de la corrida de concurso

La plaza de El Puerto acoge el festejo de ganaderías a beneficio de Afanas en el que además se premió al diestro David Galván

josé reyes
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La Feria de El Puerto de Santa María contó esta edición en su programación con una corrida concurso de ganaderías, en la que se echó en falta una mayor variedad de encastes, pues cinco de los seis toros lidiados descendían al mismo tronco Juan Pedro Domecq, en algunas de sus ramificaciones. También se echó de menos la presencia del torero local, Alejandro Morilla, diestro que cuenta sus comparecencias en esta plaza por triunfos y que bien merecía una oportunidad ante sus paisanos. Pero, sobre todo, se echó en falta la presencia de aficionados, pues sólo se cubrió el coso en un cuarto de su aforo.

Abrió plaza el único ejemplar de sangre ajena al encaste Domecq, una murubeña res perteneciente a la vacada de Fermín Bohórquez que acometió con templanza al capote de Manuel Escribano pero cuyo recorrido y fortaleza ya se adivinaron exiguos. Tomó dos varas sin excesivo ímpetu y fue banderilleado por el diestro sevillano en un tercio en el que destacó un arriesgado par al quiebro tras cite muy en corto y sentado en el estribo. Planteó la faena Escribano en unos terrenos muy azotados por el viento, y hasta que no los cambió por otros más favorables no pudo hacerse con la embestida de su enemigo, con la muleta siempre baja y al natural. Pero el mortecino animal no transmitía emoción alguna, rehén de su acometida corta, claudicante y bobalicona. Demasiado tiempo, para tan poco lucimiento, anduvo Manuel Escribano merodeando con este toro. Quien, tras estocada defectuosa fue ovacionado.

Meció la verónica con garbo y suavidad Pérez Mota al recibir al segundo de la tarde, de la ganadería de Torrestrella. Animal que tomó dos varas, en la segunda de las cuales empujó con fijeza. Esperó después en banderillas y se quedó muy corto durante el último tercio, hasta el punto de apagarse con desesperante rapidez en la muleta de Pérez Mota. Quien desplegó una labor abnegada de forzados medios pases junto a tablas, terrenos que el descastado animal había tomado como territorio ganado por su querencia.

El precioso burraco que hizo cuarto perteneciente a la vacada de El Torero resultaría el toro que más cualidades de bravura derrochó en la corrida. Acudió con templanza y repetición a la capa de David Galván y acudió luego con fijeza y alegría al caballo por tres ocasiones, recargando en la suerte y arrancándose de largo. Perdió parte de su gas en el último tercio, pero aún mantuvo sus favorables condiciones de nobleza, prontitud y fijeza. Entre algunos enganchones y cierta falta de profundidad en los muletazos, la faena de Galván no alcanzó el brillo deseado. El torero fue ovacionado y el toro aplaudido en el arrastre.

El cuarto, de Luis Algarra, fue recibido con larga cambiada por Manuel Escribano. Toro que acudió tres veces al caballo pero en los que no peleó como bravo y que llegaría con comportamiento soso y desrazado a la muleta de Escribano. Con un enemigo con embestida rebrincada y corta, el diestro sevillano anduvo en dilatada porfía en un trasteo vulgar y carente de ligazón y apreturas.

Un bonito jabonero de Torrealta se lidió en quinto lugar, que acometió con templanza al capote que garbosamente manejó a la verónica Pérez Mota y que tomó dos varas con cierto empuje y brío. Con las fuerzas justas llegó el animal al tercio de muleta, donde también derrochó nobleza y calidad en sus embestidas. Aprovechó el de El Bosque tan óptimas cualidades para cuajar tandas de derechazos y naturales de genuina inspiración, jalonadas con exquisitos detalles de torería. Pero el de Torrealta fue perdiendo su inicial brío y pronto buscaría las tablas. No midió Pérez Mota la medida de la faena y tras errar con reiteración a espadas llegó a escuchar los dos avisos.

Un anovillado y descastado ejemplar de Fuente Ymbro cerró la corrida. Tomó dos varas sin emplearse y sin a penas recibir castigo. Con más genio que bravura, puso en ciertas dificultades a David Galván, hasta el punto de resultar volteado con violencia cuando se abría de muleta. No se arredró por ello el de San Fernando, que insistiría en labor porfiona por los dos pitones, hasta que el toro cantó definitivamente su mansedumbre.