toros

Finito, aroma de toreo caro

El diestro de Córdoba derrocha torería ante una decepcionante corrida del Pilar

Finito, aroma de toreo caro j. m. serrano

andrés amorós

Al comienzo, parece que ésta va a ser, ¡por fin!, la tarde que todos esperamos: el toro del Pilar es noble y Finito de Córdoba lo torea con primor: sólo el descabello le impide cortar un trofeo. Luego, la blandura descastada de las reses impide el triunfo.

Preciosamente vestido, Finito dibuja verónicas primorosas. El toro flojea pero la faena rezuma torería, buen gusto. Sabe salir de la cara del toro, aliviarse, adornarse, hacerle «cositas»... La gente está encantada, feliz, pero, cuando falla una vez al descabellar, no pide la oreja: ¡no lo entiendo! Adapto lo que dice el «Poema del Cid»: «Señor, qué gran torero, si tuviese más...»

El cuarto protesta, echa la cara arriba, flaquea, se va. Finito intenta alargar las embestidas; cuando no lo logra, un doblón lo tira a la arena. Está aseado, sin más, y lo mata. No merecía más.

Actúa por tercera vez en esta Feria José María Manzanares. Se sigue comentando cómo se enfrentó a dos mansos, el sábado. Me cuentan que, desde el día anterior, está enfermo de gastroenteritis. El segundo toro engaña en varas cuando derriba y aprieta a Barroso. Saludan Curro Javier y Luis Blázquez, en banderillas. En la muleta, la res se viene abajo: se para, se defiende, cabecea. El diestro muestra buena actitud y logra algunos muletazos de mérito pero no una faena completa. Vuelve a matar desde muy lejos, como ahora hace, y lo consigue a la segunda. Ya sé que es el matador el que ve la distancia adecuada, en cada toro, pero, al entrar de lejos, da varios pasos y el toro tiene tiempo de echar la cara arriba. La ortodoxia mandaba hacerlo «en corto y por derecho».

Pasa a la enfermería, le tienen que inyectar suero y se corre el turno. Mata el sexto toro, con mala cara, visiblemente mermado de facultades. Un magistral capotazo de Curro Javier levanta una ovación (en eso se nota la sabiduría de este coso). Cuando lo pone en suerte con un solo lance, escucho una voz: «¡qué bueno eres!» El toro flaquea, da cabezazos, se para, muy descastado. José María hace el esfuerzo, se esfuerza por meterlo en la muleta; logra, a la segunda, una gran estocada. Le queda otra tarde, en la Feria.

A Daniel Luque le tocó en desgracia la tarde de los Montalvo. No quiere irse de la Feria con las manos vacías. Su actitud, toda la tarde, merece elogio. Recibe al tercero, que flaquea mucho, con verónicas muy lentas. (Es, ahora, uno de los mejores capoteros). Brinda al público, se muestra reposado, estético, pero el toro canta la gallina, se desentiende. Liga muletazos sin moverse, calienta el ambiente con las luquinas y mata a la segunda. Su segundo toro es manso, incierto, huido: una prenda. Saluda Abraham Neiro en banderillas. Huye el toro a chiqueros y allí se pelea con él el diestro, pero la porfía resulta inútil y falla con la espada. Sin lograr el triunfo, ha demostrado, en esta Feria, su buen momento. Seguimos preocupados por la situación de muchas ganaderías. Lo repito una vez más: buscando esa lamentable «toreabilidad», demasiadas reses están saliendo muy flojas y descastadas. Así, el espectáculo se hunde.

Sin cortar orejas, queda el recuerdo de la torería de Finito de Córdoba. Resulta inevitable repetirlo: «¡Si él quisiera!...» Pero los artistas son como son. En su honor, hago la paráfrasis del terceto de Rafael Alberti: «Si Juan Serrano quisiera, / ¡cuántos triunfos lograría!/ ¡Con qué finura torea!»

Finito, aroma de toreo caro

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