Sólo Pepe Moral, con el último toro

Corta la única oreja en Sevilla a una corrida de Montalvo demasiado floja

Sólo Pepe Moral, con el último toro raúl doblado

andrés amorós

En el último toro, Pepe Moral arranca una oreja y salva un poco una tarde que se había despeñado por la sima del aburrimiento, por culpa de los flojísimos toros de Montalvo: se devuelven dos y todos los que se lidian flaquean, se paran, no transmiten nada. Un verdadero desastre. Muchas veces se ha repetido: si se cae el toro, la Fiesta se derrumba.

Cumple El Cid su temporada número quince y merece elogio por apuntarse a los toros de Victorino Martín (en Las Ventas, además, como único espada). Ya es muy flojo el primero de Montalvo, al que recibe con buenos lances. Alcalareño saluda en banderillas. En los muletazos iniciales, la res se derrumba. Torea con mimo pero el toro está constantemente al borde de ir al suelo; al final, además, se raja. Así, no cabe la emoción. Mi compañero sentencia: «No ha habido enemigo».

También se derrumba el cuarto, de muy buenas hechuras, y es sustituido por su sobrero colorao ojo de perdiz, suelto, flojo y huido. ¿Puede llamarse «Impetuoso» un toro así? La lidia se hace muy premiosa. Al comienzo de la faena, lo sujeta bien, por bajo. Se justifica pero el toro, manso y huido, no transmite nada en absoluto. Los Victorinos serán otra cosa, esperemos.

Tercio de varas

En la pasada temporada, Daniel Luque abrió la Puerta Grande de Las Ventas y mató con éxito seis toros, en Zaragoza. Esta tarde, sólo puede mostrarse seguro y apuntar detalles. El segundo toro sale con fuerza y rebrincado. En el tercio de varas, vivimos uno de los pocos momentos brillantes de la tarde: Juan Francisco Peña se luce moviendo un caballo de picar, que es una joya (se llama «Diamante»), señala bien y mide el castigo: recibe una fuerte ovación. Receta Daniel unas chicuelinas arriesgadas. Parece que hay toro y brinda al público... pero él y nosotros nos equivocamos: la res se para, se quiere ir, se acaba muy pronto. La esperada faena se diluye: decepción. Y no mata bien.

El quinto, «Noctámbulo», más bien parece dormido: flojo y parado. Intenta recibirlo con verónicas de rodillas, en tablas, pero el toro no le hace ni caso. Después de unas garbosas verónicas, se derrumba: es muy manso y, además, prueba. Con esfuerzo, Luque saca algún muletazo, que la res acepta a regañadientes. Está tranquilo y bien con el marmolillo pero no cabe lucimiento y la gente acaba impacientándose. Otra vez será...

Pepe Moral «resucitó» el año pasado en Sevilla y lo confirmó en Madrid y Pamplona. En su estilo, me parece advertir la buena huella de su mentor, el gran torero Manolo Cortés. Los aficionados sentimos ilusión por verlo. El tercer toro es uno de los devueltos por flojos pero el sobrero también flojea y se queda corto. No sé por qué brinda al público. La res flaquea al final de cada serie. Las buenas maneras del diestro no sirven de mucho. Al toro le falta motor.

Cojea de una mano el sexto, levanta una bronca pero el presidente lo mantiene. Y acierta, cuando ya nadie esperaba nada. Moral, muy firme, conduce bien las embestidas, logra excelentes pases de pecho; al final, cruzándose, naturales de mérito y un arrimón de tablas. Allí mismo lo mata de una gran estocada: justa oreja. Como ganar de penalti en el último minuto...

No borra eso la decepción general. No es la primera corrida del año en que esta flojedad de los toros lo desluce todo. (Los aficionados deben tener memoria). Buscando la dichosa «toreabilidad», se lidian demasiados toros sin casta ni fuerza: eso es una degeneración de lo que siempre ha sido la Fiesta de los toros. Por ese camino no se va a ninguna parte.

Mi amigo Fernando ha llevado hoy por primera vez a la Plaza a su nieto, del mismo nombre. Intentaré convencerle de que una corrida de toros bravos es otra cosa.

Sólo Pepe Moral, con el último toro

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