De las pedradas de los antitaurinos a la tarde de figuras de El Juli y Perera en Fallas
El madrileño hace pleno con cuatro orejas y sale a hombros en compañía de Perera

Cuando la simpatiquísima Rita Barberá, en la «Nit del Foc», me pregunta cómo estoy, no resisto a la tentación del chiste malo: «Heladet». Así seguimos, congelados, en una tarde de viento huracanado, tan peligroso para la lidia. El coraje y la técnica de dos diestros se impone a las condiciones adversas: El Juli corta cuatro orejas; Perera, dos (una en cada toro). Las faenas a los dos últimos toros tienen emoción, importancia. Por eso, a pesar de la tarde cruel, los aficionados salen satisfechos de la última corrida de toros de esta Feria, que pasará a la historia por la dura metereología.
La ganadería de Garcigrande – Domingo Hernández es, ahora mismo, predilecta de las figuras (sobre todo, del Juli). La corrida es muy desigual de peso (casi 70 kilos de diferencia) y trapío. Los cuatro primeros responden al tipo de toro que ahora se busca; el que «se deja» (¡horrible «palabro»!), es dócil, manejable, plantea escasos problemas. Por suerte para el aficionado, las dos últimas reses sacan más casta y complicaciones: con ellas, El Juli y Perera se esfuerzan, dan su talla como figuras.
Abre plaza un toro colorado que embiste con temple, pronto flaquea. Finito de Córdoba lo recibe con verónicas de calidad, ganando terreno; corre la mano con suavidad, dibuja algunos preciosos muletazos. Recibe el aviso antes de entrar a matar (lo mismo le sucederá a Perera en sus dos toros) y todo queda a medias: nos deja con la miel de la faena en los labios: esbozos, detalles. Le aplico lo que dice del Cid su «Poema»: ¡Dios, qué buen torero, si tuviese más... (completen la frase). El cuarto, un burraquito justo de presencia, es algo incierto, pone en apuros a los banderilleros. Finito lo brinda, intenta meterlo en la muleta, pero no lo consigue. Y mata con muchas precauciones. No ha habido sorpresa: ni en lo bueno, ni en lo malo.
Fácil y mandón
El Juli corta las orejas a sus dos enemigos. El mérito de las dos faenas es, para mí, muy distinto. El segundo es recibido con protestas por su escaso trapío (grita un espectador: «¡Vaya peladilla!»), es muy flojo, embiste cansino y dócil. A pesar del huracán, lo lleva al centro: lo sujeta, con la mano muy baja; se muestra fácil y mandón pero retorcido, acelerado. La habitual estocada trasera, con salto, le otorga los dos trofeos. Pero sale el quinto, con 570 kilos, alto y largo. El viento huracanado parece hacer imposible la lidia. Tiene casta el toro y el diestro saca también la suya: se dobla por bajo, le planta cara, traga varias coladas, acaba dominándolo. Le ha echado, como decía la obra del género chico, «lo que hay que tener». ¿Por qué no lo hace más tardes, enfrentándose a toros encastados, cuando tiene esa innegable capacidad?
No se deja ganar la pelea Miguel Ángel Perera. El tercero es soso, distraído, le falta chispa. El diestro está por encima del toro, se queda muy quieto, manda, pero la faena no puede tener emoción; al final, encadena –como ha hecho El Juli– esos circulares invertidos que entusiasman al público (aunque yo los estime muy poco). Quizá no ha oído el primer aviso, tarda el toro en caer y se juega que vuelva a los corrales, pero corta una oreja. El último es muy cambiante: no le pegan nada en varas pero espera y corta en banderillas. Perera lo recibe con siete muletazos de rodillas que levantan un clamor; aguanta mucho, logra el dominio completo. El toro acaba rajado, difícil para la estocada. La logra el diestro a la segunda: una oreja.
Ni El Juli ni Perera son artistas exquisitos; necesitan el toro encastado, con poder, para que su dominio suscite emoción. Lo hemos visto en los dos últimos toros. A pesar del frío, la gente sale contenta. Recuerdo a Quevedo: «No admiten el invierno corazones / asistidos de ardiente valentía». Nos espera el fuego de «la cremá».
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