Crítica de teatro
Una vida y un alegato
La obra 'Manolita Chen, un cuento chino' es un alegato en favor de aquel proletariado del espectáculo que iluminó la noche más oscura de España
Este homenaje a la memoria de la gran Manolita Chen se deja poseer por un espíritu 'felliniano' . Así, podría decirse, la artista, como aquellos Ginger y Fred, nos interpela, más que desde la vejez arrumbada, desde un más allá metafísico. Se trata de un margen ahora mucho más desplazado, pues tanto su abigarrada y popular propuesta escénica —copla, revista, imitaciones, chistes, números de circo…— como su desinhibida y pionera voluntad de salir adelante ensanchando el espectro de lo decible y mostrable —en definitiva, la libertad de expresión a lo Chen— no parece que puedan encontrar en la actualidad demasiados apoyos ni a la derecha ni a la izquierda. Ellos se lo pierden, claro.
'Manolita Chen, un cuento chino' se estructura como una larga y emotiva confesión en la que la actriz Pepa Zaragoza se fusiona con su predecesora para, en el fondo, contar una vida y tejer un alegato —la acusación aquí es kafkiana, es decir, inamovible e inaugural— a favor de aquel proletariado del espectáculo que iluminó la noche más oscura del país para pasar luego al olvido justo cuando las libertades por las que tanto habían penado se iban consolidando con cierta naturalidad.
Pero el gran acierto de la obra recae en que, además de narrar el periplo vital de Manolita, Cheng Tse-Ping y su heterodoxa troupe, reconstruye, sancionándolo desde el Lope de Vega , el trazo de aquellos espectáculos, de las coreografías incipientes, canciones picantes o sesiones de malabares y equilibrismo que amenizaban el ocio hasta antes de ayer. Sólo un ojo viciado por la ideología o cegado por el prejuicio sería incapaz de asumir la inocencia que aquí se reclama, pues es desde esa alta atalaya, a través de ese ejercicio de 'tabula rasa', que se asiste al esplendor de un mundo periclitado que fue un auténtico hogar ambulante .
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