Crítica
La Veronal, pura danza en el Teatro Central de Sevilla
La compañía ha estrenado «Pasionaria», obra de Marcos Morau
Cuando el talento sube al escenario se palpa al instante, el público lo siente, lo nota y al final de la obra, como ocurrió anoche en el Teatro Central con «Pasionaria» de La Veronal , los espectadores se ponen en pie para agradecer, no sólo el esfuerzo, sino el regalo que significa disfrutar viendo bailar.
«Pasionaria» es eso, pura danza. Marcos Morau (Valencia, 1982), se consagra cada día más como un rebelde creador que mira cara a cara a los más destacados coreógrafos europeos, hablándoles de tú a tú, no en vano este espectáculo está coproducido por teatros de Luxemburgo, París y Londres.
Se abre el telón y aparece un escenario enmarcado por luz , como si fuera un cuadro. La escenografía es de un color neutro, casi gris, una habitación no muy grande de la que desciende una escalera en ele, y un largo sofá capitoné como de una sala de espera. Dos puertas en los laterales y una gran ventana por donde aparecen la luna, nubes, lluvia de perseidas o simplemente estrellas. El sofá se abre, los escalones también, los huecos de rejilla de la pared. Todo es practicable.
El vestuario de los bailarines, obra de Silvia Delagneau , es igual de neutro, de color gris o azul celeste pálido, no chirría. Las caras de los intépretes van ocultas tras gafas, caretas o máscaras. No hay expresión. No hay pasión, no hay emociones.
En «Pasionaria» al contrario de lo que evoca su nombre (un personaje como Dolores Ibárruri), no hay pasión, no hay sentimientos, no hay más que energía y a raudales, pero eso sí, milimétricamente controlada por Morau.
La obra se inicia con la Pasión según San Juan de Bach iniciándose así un tapiz sonoro espectacular , que recorre desde la música electrónica hasta una versión vanguardista de «Claro de Luna» de Debussy, o los tradicionales valses de Strauss, para terminar de nuevo con Bach, en esta ocasión con la Pasión según San Mateo.
Cada montaje de La Veronal hace referencia a un lugar. En el Central de Sevilla hemos podido ver «Rusia» e «Islandia» . Esta «Pasionaria» es todo lo contrario, es un «no lugar», un espacio exento de pasiones, frío, con unos personaje sin empatía, y que según su creador, Marcos Morau, reflejan la sociedad a la que nos dirigimos.
Morau utiliza para su coreografía ese lenguaje de movimientos que ha bautizado como Kova, tan característico y que convierte a los bailarines en robots, en movimientos que a veces recuerdan la danza urbana (sobre todo en algunos reconvertidos street jacks o hop turn). Los bailarines no tienen voluntad, hieráticos, interpretan una danza limpia, casi geométrica , pero que llega a ser hipnótica.
Una mujer desciende por la escalera como si en lugar de andar, se deslizara. En el espacio hiperrealista aparecen dos hombres embutidos en unas grandes esferas; hay dúos, sólos, movimientos grupales. La compañía es excepcional , no paran en ningún momento. Saben que su cara no va a decir nada, es sólo su cuerpo, y esto da una mayor dificultad e ímpetu a su forma de transmitir el lenguaje coreográfico.
Al final, de una especie de sala de hospital empiezan a surgir bebés, primero debajo del sofá, desde un cochecito, y parece que no importan, y una mujer embarazada, su gran tripa brilla de luz, ¿es la vida por fin?
«Pasionaria» es una obra de una pulcritud que va más allá de lo esperado, y de una enorme calidad dancística y dramatúrgica y que nos hace reflexionar, sobre todo si recordamos la frase de Michel Houllebecq que luce al principio del programa: «Quien controla a los niños, controla el futuro». Pues eso.