Crítica de teatro

«Trigo sucio»: Últimos magnates

David Mamet firma esta comedia caricaturesca sobre los poderosos que está en cartel en el Lope de Vega

El elenco de la obra: Nancho Novo, Norma Ruiz, Fernando Ramallo y Eva Isanta ABC

Alfonso Crespo

Despojado de dobleces e inesperados giros dramáticos —de ese espesor de implicaciones que en sus obras siempre se hizo atmósfera sobre las tablas—, el teatro de David Mamet , cuando sobre todo ríe, pierde garra pero aun así brilla como mecanismo certero , incisivo, que se va recargando de energía a partir del arte del duelo, del careo con cartas marcadas.

«Trigo sucio» , comedia caricaturesca que indaga en lo intemporal —la impunidad y el exhibicionismo de los verdaderamente poderosos— aunque lo vista de actualidad —crucen a Trump con Weinstein y obtendrán al protagonista de esta ácida farsa—, se desarrolla así «hacia delante», mientras acumula capas que van revistiendo el esperpento : una escena-universo sin «off» posible donde deambula un nuevo e igualmente panzudo rey «Ubú» , amoral y exitoso productor de cine en continua y desenfrenada exhibición.

A esta bestia, en la trastienda donde puede mostrarse tal y como es, sólo la sostienen las palabras —el único hilo que sujeta a la marioneta—, y como tal se agarra al flujo verbal radical que se esgrime como un arma blanca .

Mamet siempre estilizó el verbo, sobrecargándolo (a veces improductivamente) de inteligencia, y precisó de actores rápidos, como aquí Nancho Novo , un tipo simpático y curtido en el monólogo cómico, un buen entrenamiento para la particular soledad habitada en que se mueve este «tycoon» de postrimerías que parece secretamente desear todo el mal que poco a poco le adviene; la única fórmula, en el fondo, de seguir adelante, intercambiando fichas para renacer desde las cenizas.

Mamet sabe que el «teatro-denuncia» no basta, pues casi siempre, como el «cine social» con el que se ha enriquecido el productor, se diluye en fórmulas intercambiables que únicamente favorecen a las «industrias culturales» y sólo proporcionan solaz a los previamente convencidos. Prefiere reflejarnos en este espejo deformante para que reconozcamos, en la exacerbación monstruosa de lo humano, nuestras propias debilidades, y, en cierta medida, la sonrisa nos revele por dónde van nuestros eternos retornos.

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