Crítica Danza-Teatro

«Requiem para L.», una conmovedora despedida

Estreno en España del último espectáculo del director y coreógrafo belga Alain Platel en el Teatro Central

Un momento de «Requiem para L.», estrenada este viernes en el Teatro Central Chris Van der Burght

Marta Carrasco

Hace ya muchos años que Alain Platel, esa figura mundial de la danza, la ópera y el teatro, le perdió el miedo a trabajar con los clásicos y a tratar sobre la muerte. En «Requiem para L.» trata este tema de manera épica, delicada y respetuosa.

Durante los cien minutos de la obra se contempla a una mujer a quien con su permiso, se filmó en sus últimos momentos mientras era atendida, acariciada y despedida por sus familiares y amigos. Tratada con enorme respeto, y a cámara muy lenta, delante de esa imagen desgarradora la música del Réquiem de Mozart transcurre como si fuera una ceremonia de despedida con esperanza.

Para este Réquiem, los talentos de Platel y Fabrizio Cassol, quien ha elaborado la partitura, se fijan en la sonoridad y sobre todo la energía de los cantantes y músicos africanos.

La escena es sobria, pero reconocible, cinco filas de tumbas negras de distinto tamaño y altura que nos recuerdan el Memorial del Holocausto de Berlín . Sobre ellas, los intérpretes van colocando cantos rodados, según la tradición judía.

La escena nos desvela rápido que no va a haber danza en el sentido estricto, sin embargo, ésta sí se producirá, coreográficamente hablando, a lo largo de la obra intepretada por todos los participantes que provienen de Africa del Sur, los cantantes líricos, del Congo o Brasil, además de europeos (el bombardino, el batería y el acordeonista). Los músicos, dirigidos en escena por Rodríguez Vangama, interpretan bajo y guitarra eléctrica, y tocan el likembe (piano de pulgar).

Todos vestidos de negro, hay luto, hay duelo y ataviados con unas curiosas botas que parecen de agua. Sólo el color africano aparece en las floreadas camisas de ellos cuando al final se produce el desenlace. Hay esperanza.

La obra es formidable. La energía que transmiten, la sonoridad, la composición que Cassol hace para integrar en el Réquiem de Mozart, una música que no es ni africana ni europea. Las voces son extraordinarias y sobre todo, la combinación de ellas, incluso cantando en una misma pieza los cantantes líricos y los africanos que ejecutan danzas afrobeat por entre las tumbas negras. En momentos como el «Lacrimosa» los cantantes sacan pañuelos blancos y los agitan. En ocasiones, los textos en latín del Réquiem tienen sus homólogos en Lingala o Swahili. El reto es que cada uno se exprese en su cultura y haya armonía. El concierto no nos deja un momento de respiro.

Una obra para la emoción, para guardar en la memoria por su energía y mestizaje creativo y musical, y por proponer una forma diferente de sentir la pérdida. El duelo y la esperanza, se abrazan.

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