Crítica
Pulcritud e indefinición

Esta nueva 'Bernarda Alba' de José Carlos Plaza cuenta con las virtudes y defectos de buena parte del teatro contemporáneo que llega a escenarios como el del Lope de Vega : por un lado, una cierta frialdad escénica, una pátina metalizada donde la simbología agarra con firmeza; aseo y pedagogía, para resumir. Por otro, una indiscutible falta de atrevimiento, de aventura, de riesgo, lo que se traduce, en adaptaciones de clásicos como el que aquí nos atañe, en obras correctas pero tremendamente aburridas para quien ya las conozca.
Todo esto se amalgama aquí, en la tragedia lorquiana quizás más famosa, la que hizo colisionar autoritarismo y ansias de libertad poco antes de su asesinato, y se presenta en los términos que venimos advirtiendo. Si l a escena resume el conflicto —la casa como pared infranqueable pero agrietada desde cuyos resquicios (columnas, esquinas, pliegues) los personajes se espían y se vigilan; el «off» sonoro como un eco del afuera en tanto que promesa de seducción e inminente peligro— lo consigue en el plano del sentido, pero sin convencer escénicamente: ni el hieratismo, que hubiera sido fuente de extrañamiento, ni el naturalismo, que hubiera aireado la versión, llegan a imponerse, y la obra avanza inteligible y emocionante, pero amorfa .
Al final, al espectador le queda la posibilidad, siempre presente, de interpretar heterodoxamente lo que ve y escucha y no aburrirse del todo. Así, nos pareció que Bernarda (Consuelo Trujillo) y Poncia (Rosario Pardo), ambas a un nivel altísimo de magnetismo teatral, podían representar esos dos polos —el hierático y el naturalista— por el que la obra no termina de decantarse. El resto de actrices jóvenes —algunas ya talluditas como Fernández y Gabriel—, desde sus escondites precarios, mirarían admiradas, en el fondo, a sus mayores, envidiando tanto la clase magistral que despliegan ambas mujeres como sus papeles, esos que sí parecen haberse confeccionado con el mimo necesario.