Criítica de teatro

Miguel del Arco: aquí y ahora

La versión de «Ricardo III» que presenta este viernes y sábado en el Teatro Central cuenta con un soberbio Israel Elejalde

Israel Elejalde, que encarna a Ricardo III, en un momento de la obra ABC

Alfonso Crespo

Le ayuda a Miguel del Arco que «Ricardo III» quizás sea la obra de Shakespeare que más directamente mire a los ojos del espectador. Así, su grupo de «kamikazes» , que se lo suele pasar mucho mejor que los testigos en las butacas, se dedican a implicarlos desde el principio, a concernirlos, buscando en la sala —y no sólo en la escena— el reflejo esperpéntico de nuestro mundo y sus desinhibidos hombres de poder .

Aquí el clásic o , como siempre en Del Arco, no esconde su condición de argamasa dúctil y resistente que adaptar a cualquier presente. El madrileño dice, en esto, seguir a Peter Brook , aunque sus propuestas resulten más perecederas, un teatro de intervención —los recovecos dramáticos de la obra le permiten colar de la exhumación de Franco a un plató de telebasura — que agujerea cómicamente, con una risa a veces muy trasera, el engranaje teatral, a sabiendas de que éste —sea Molière, Gorki o Shakespeare— lo soporta casi todo.

No se viene, entonces, a escuchar lo que «Ricardo III» tenga que decirnos, aún, a nosotros; es decir, no comparece la obra en su contemporaneidad , en su secreta aleación de antiguo y moderno. En cambio, ésta deviene en altavoz —como ejemplifica la muleta-micrófono del sátrapa— de sus virtualidades visionarias , y eso es lo que interesa a Del Arco y Antonio Rojano , forzarla a aparecer aquí y ahora, para regocijo de unos y fastidio de otros, sin importarles demasiado que la irreverencia tenga fecha de caducidad.

Este frágil planteamiento adaptador lo ha venido salvando Del Arco gracias a su trabajo con los actores , una troupe entregada y en constante renovación que vuelve a hacer la frenética pirueta posible. «Ricardo III», se ataque por donde se ataque, sigue siendo un «one-man-show» , y todos los secundarios, todas las sombras alrededor de la encarnación de la sed de poder absoluto , deben asumir esa condición subalterna de espejos reveladores.

Y lo acometen, engrandeciendo aún más a un soberbio Israel Elejalde , que sale indemne del tremendo reto equilibrista que supone sostener, en un cuerpo quebrado, el verbo punzante y el parlamento intrincado de Shakespeare junto con el arsenal de interrupciones y humoradas con las que Del Arco ejecuta su autopsia.

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