Sevilla
«La leyenda del tiempo» en el Teatro Central:Don de lo irrepresentable
La prometedora dupla formada por Carlota Ferrer y Darío Facal ha asumido el reto de resucitar al Lorca más vanguardista y onírico
De nuevo Lorca, ahora el más difícil y estimulante para los dramaturgos —el que completaron «El público» y la inacabada «Comedia sin título»—, una plataforma líricopoético-teatral desde la que siempre se ha querido rastrear la «contemporaneidad» del poeta, como si estas obras bellas y herméticas nos interpelaran más que aquellas otras donde, en verdadera disposición moderna, se pactó secreta y subterráneamente con la tradición y lo arcaico.
Sea como fuere, la prometedora dupla formada por Carlota Ferrer y Darío Facal han asumido el reto de resucitar al Lorca más vanguardista y onírico en «La leyenda del tiempo» —que realza así el subtítulo original de «Así que pasen cinco años», que se quiere su resumen encriptado—, y en el trance disfrutan (y reivindican) la acendrada disposición lúdica de lo «irrepresentable»: una escena que multiplica sus zonas erógenas, polivalente y donde cada resquicio parece digno de acoger una aparición, un esbozo de escena.
Ferrer y Facal responden a la inesperada teatralidad de este inextricable nudo de prosa y poesía rodeándose de un grupo de actores demasiado joven, como si cierta inmadurez y embarazo —y esto es un hallazgo— casara bien con esta frágil historia de dilaciones, abandono y amores no correspondidos, en la que, como en los sueños, las transiciones y los desplazamientos barajan los nacientes escenarios, estimulando la idea de que una llave abriría todas las cerraduras.
Cuando mejor funciona la propuesta, el subtexto carnavalesco le gana la partida al surrealismo, que se demuestra caduco cuando la obra se pretende más cercana a nosotros, más ruidosa, televisiva y «lynchiana».
Y eso porque, pensamos, no mora aquí el Lorca más «contemporáneo», sino el más íntimo y expuesto, valiente y, a la vez, avergonzado, quien cifró en símbolos la tensión de vivir su presente, cualquier presente. Es imposible salir indemne de este tipo de obras, y no queda del todo clara la paternidad de los defectos. Al menos pasaron cosas y se nos hizo viajar en el tiempo, quizás más al pasado que al futuro.