Crítica de Danza

El mal ilustrado de Marlene Monteiro

La coreógrafa caboverdiana estrena en España en el Teatro Central su obra, 'Mal-Embriaguez Divina'

Una de las escenas de la obra de Marlene Monteiro Freitas en el Teatro Central Peter Hönnemann

Marta Carrasco

Marlene Monteiro Freitas es una de las creadoras más rompedoras e inteligentes de la escena europea, y el Teatro Central ha acogido ya dos de sus obras en exclusiva para España. En esta ocasión, ha elegido nuevamente Sevilla para el estreno nacional de 'Mal-Embriaguez Divina ', una vuelta de tuerca más de la genialidad de esta creadora que con tan sólo 42 años, parece que lleva siglos en escena.

Con la ausencia en Sevilla de Marlene Monteiro que afectada por Covid no ha podido viajar, la obra está espectacularmente defendida por una compañía de ocho personas, que bailan, interpretan o simplemente están, y transmiten una fortaleza y una energía emocionante, fuera de lugar, manteniendo la tensión de la obra durante una hora y cuarenta y cinco minutos con muy pocos momentos de descanso creativo e interpretativo.

El público entra en la sala y en escena, tras una especie de malla, una serie de ¿presos? están jugando al voleibol. La pelota va de un lado a otro, mientras poco a poco, los presos escapan y surgen por todos los sitios hastas la boca del escenario. Comienza así una ceremonia que se desarrolla en una especie de ágora, con unos escaños que van siendo ocupados poco a poco, y en los que se lleva a cabo gran parte de la acción.

Los intérpretes parece que desfilan, uno de ellos con vestimenta militar inunda la imagen con una autoridad rotunda. Los demás van desplazándose en grupos de dos y de tres. Es una ceremonia coreográfica donde empezamos a ver la importancia del papel, folios A4, que cada uno coge en sus manos en sus bocas mientras danzan, aunque no sea el baile como tal el mayor protagonista de la obra, sino el movimiento. Es un organizadísimo y medido caos.

Se suben a las tribunas de ese ágora insólita, y con papeles que se tiran unos a otros, van construyendo una especie de ciudad efímera que acaban destruyendo. Presidiendo los escaños la actriz Mariana Tembre, una mujer de fuerza inmensa que interpreta su papel con decisión y sin pensar en su discapacidad, pues no tiene piernas.

La banda sonora es brutal. Desde 'Jesucrito Superstar', al 'Adaggio' de Albinoni, aunque quizás el momento más tremendo y fuerte de la obra es cuando suena la música del ' Lago de los cisnes' de Tchaikosvsky que es bailado por dieciseis manos embutidas en guantes de goma morados con un efectos sorprendente. La escena acaba recordando a Pina Bausch, cuando toman el largo cabello de Hsin-Yi Hsiang, hasta que ésta queda suspendida exangüe sobre la tribuna. Los intérpretes son de una expresividad que apabulla. Tararean, gritan, hacen monólogos imposibles y sus caras nunca están quietas, ni tampoco sus cuerpos.

La obra emociona, te lleva a extremos de sentimientos y también de excitación por lo contundente de sus planteamientos. No hay en esta ceremonia que quiere descubrir el mal en todas sus acepciones, ningún respiro. No se necesita.

Al final de la obra, y tras los saludos de un público entregado entre el que se encontraba el alcalde de Sevilla, Antonio Muñoz y numerosos bailarines y coreógrafos como Andrés Marín o Juan Luis Matilla, los intérpretes sacan a escena los recortables en forma de casas y edificios, pero en esta ocasión llevan los colores de la bandera de Ucrania, azul y amarillo, recordándonos que el mal es real y sigue estando cerca.

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