CRÍTICA DE CIRCO-DANZA

La gravedad dejó de existir en el Teatro Central

Yoann Bourgeois y el Centre Chorégraphique National de Grenoble presentaron el estreno en España de «Celui qui tombe»

Marta Carrasco

Los espectadores que asistimos al estreno en España de la obra «Celui qui tombe» de Yoann Bourgeois y el Centro Coreográfico de Grenoble, estuvimos en más de una ocasión con el corazón en un puño. Y es que el coreógrafo pretendía que durante una hora la gravedad dejase de existir en el Central y lo dice muy bien, cuando declara que intenta hace «un juego entre el control y la caída que impone un riesgo, tanto físico como estético». Esa forma de trabajar produce una constante inestabilidad del cuerpo de los bailarines, es llevar la danza y el circo a niveles extremos.

Hay que empezar explicando cómo ocurre este «Celui qui tombe», porque la escena es sumamente original y Yoann Bourgeois es un artista de circo inmerso en un centro de Danza. Su primera pieza, «Cavale», fue presentada en el mirador de Vauban, que domina la ciudad de Grenoble , al borde de un precipicio. Por sí misma constituía una situación de vértigo. Aquí también hay esa sensación.

El escenario del teatro está abierto en los hombros, se ven los materiales, poleas y elevadores. En medio de la escena, a enorme altura, un gran cuadrilátero de madera que va descendiendo poco a poco sobre el que aparecen los bailarines. Desde ese momento es cuadrilátero tomará posesión de la escena. La teatralidad de todo lo que pasa ocurre encima, debajo y al lado de este enorme espacio móvil.

Seis bailarines deben mantener el equilibrio y moverse en ese espacio que nunca está quieto. A veces los seis parece que van a caerse por las esquinas, otras vuelan por la gravedad que les impulsa a posturas imposibles. El cuadrilátero se descuelga y se sitúa sobre un mecanismo que lo gira a enorme velocidad y luego lo mueve como si fuera un seísmo, lo balancea... Los bailarines siguen componiendo escenas sobre este espacio creando una teatralidad que raya en ocasiones el peligro y que se traduce en los suspiros hacia dentro de los espectadores.

En el escenario todo es real, incluso se oye el crujir de las maderas del cuadrilátero cuando se mueve, sube o baja. Los bailarines deben sobrevivir a este engendro, se cuelgan de él y lo usan de balancín bajo el que se introducen en milimétricos segundos, antes de que el enorme tablero les parta la cabeza. Pasan a pocos centímetros de ser aplastados por el gran escenario móvil.

La emoción, teatralidad y riesgo se han cumplido. Los principios del circo y también de la danza se unen en este espectáculo que sin duda tiene un poder hipnótico para el espectador. Pasan muchas cosas con seis bailarines y un sólo elemento. La habilidad de generar emociones casi de forma minimalista de Bourgeois, ha sido todo un hallazgo.

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