Crítica de Danza
La gozada de ver bailar a las mujeres
Estreno en España de la última obra de Lisbeth Gruwez, «The Sea Within» en el Teatro Central
Lisbeth Gruwez ha cambiado, ya no hay remedio. Tras pasar años trabajando con hombres de podríamos llamar «dureza creativa» como Vandekeybus y Fabre, Gruwez ha creado «The Sea Within» una obra para diez mujeres, diez bailarinas física y étnicamente heterogéneas que son poderosas en el escenario y a las que es una gozada ver bailar.
Pero Gruwez no ha hecho el viaje sola, está bien acompañada por el músico Maarten Van Cauwenberghe que ha creado con sintetizadores minimalistas, un tapiz musical impresionante que interpreta en directo en buena parte del espectáculo.
Un tapiz de color rosado y dentro sólo tres mujeres. Otras siete van apareciendo hasta que juntas se van reuniendo en el centro del tapiz. No hay una sola coreografía, hay diez. Cada bailarina se mueve controlando la lentitud de sus movimientos con precisión minuciosa y portentosos equilibrios. La personalidad de cada una traspasa la mera coreografía en esta ceremonia de la femineidad que profundiza sin duda en los arquetipos de las mujeres.
El espectáculo es grupal, aunque cada mujer tiene un mundo interior que expresar, y lo hace. Los movimientos van adquiriendo rapidez porque la música es la que marca el ritmo. De repente todos se juntas como en una especie de «Laoconte» femenino. Las mujeres forman paisajes, bailan entre las notas, parece como si fueran juncos moviéndose sinuosamente en medio del agua.
Esta es la primera pieza que Gruwez realiza con un nutrido elenco , y se mueve como pez en el agua. Compone y descompone los grupos a placer, incluso convirtiéndolas en derviches, en juncos, en olas de un mar en constante cambio. Hay en la pieza un lirismo y, sobre todo, una enorme complicidad en esta comunidad de mujeres que ni psíquica, ni físicamente, dejan que la otra caiga. No necesitan defensores, se defienden solas.
Formidable la interpretación de todas las bailarinas que se convierten en amazonas, luchadoras o hermosas sirenas, y todo ello aderezado por la música de Van Cauwenberghe, que convierte en los movimientos en pura armonía. Mujeres y danza, lo perfecto.
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