Crítica de teatro

«Esperando a Godot»: Instrucciones para seguir en la duda

Más que de Samuel Beckett, el público del Lope de Vega tenía ganas de Pepe Viyuela

El actor Pepe Viyuela en un momento de la obra ABC

Alfonso Crespo

Más que de Samuel Beckett , el público tenía ganas de Pepe Viyuela , ya que no reía ante la comicidad desesperada y tierna de estos restos de humanidad, sino con los adornos —aderezos sonoros y gestuales del irredento «clown» televisivo — con los que el actor ha profundizado en su muy digna caracterización del ya inmortal Estragón . A veces se «adornaba» quizás demasiado, pero parece indiscutible que Viyuela se encuentra en el momento de madurez justo para encarar semejantes desafíos de equilibrismo entre la cara y la cruz.

El «Godot» de Simón se nos antoja inmejorable para una primera inmersión en Beckett, aunque puede que las razones para esto sean, en último sentido, algo contraproducentes, amortiguadoras de la radicalidad de la obra.

Clásico en definitiva, este «Godot» luce aquí demasiado cuidado, e incluso amueblado, recortándose la sensación de soledad e intemperie que engendra una escena donde, en los montajes habitualmente más minimalistas , casi siempre se ha optado por subrayar el conflicto de escala entre el despojo humano y una polivalente inmensidad.

Pero como, en el fondo, todo el manoseado sustrato «existencialista» de la obra no sólo puede, sino que debe obviarse, a favor de la eufórica comicidad teatral que aquí se representa —concatenación agujereada de cuadros, «repeticiones» desmemoriadas que nos ofrecen los escondidos tesoros de la «diferencia» en la ritmada sucesión día-noche—, este «Godot» se rearma en las escenas «colectivas» , cuando todos (entre ellos un estupendo Pozz a cargo de Fernando Albizu ) entran en escena y, paradójicamente, la vacían, midiéndola de punta a punta con esa larga cuerda-horca desde la que se ejecuta su autopsia.

Son estos momentos, además, los que nos interpelan más profundamente —aquello que siempre estará a mano, que nunca envejecerá en Beckett—, una incertidumbre constitutiva de la escena casi imposible de encontrar hoy día en un teatro . Extrañeza insoluble que llevamos a cuestas a la salida, ya que, como les (nos) espeta Pozz (Beckett) en uno de los más bellos pliegues de la obra: «no seré yo quien le saque de la duda ».

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