Crítica de teatro
«Doña Rosita, anotada»: Los límites de la anatomía
Pablo Remón desmenuza en el Teatro Central esta obra de Lorca de la mano de tres intérpretes excepcionales
Antes incluso de que se atenúen las luces, Francesco Carril , «alter ego» del dramaturgo Pablo Remón , ya nos advierte de su condición de maestro de ceremonias y del estatuto de la propia escena en su aparente desnudez: algo así como una pizarra con recovecos y trampillas donde desmenuzar por actos la obra de Lorca , demostrando su relevancia, la posibilidad de su supervivencia, y, especialmente, su ductilidad a la hora de devenir en espejo reflectante de todas las doñas Rositas que son, serán y han sido.
Esta autopsia en abismo nada tiene de traumático ni encierra irreverencia alguna; se trata, mediante esta autodenuncia (que señala, en el mismo gesto, lo que en el legado lorquiano ha caducado irremediablemente y lo que reluce como imperecedera semilla), de ir generando un estado de ánimo, una atmósfera íntima y afectuosa desde la que mecer al espectador.
Se podría decir que ahí, en este suave movimiento pedagógico y confesional desde el que nacen y se entrelazan espacios y tiempos, radica la principal bondad de esta «Doña Rosita, anotada» , y, a la vez, su más evidente límite, pues la familiaridad con el público arrastra casi siempre adherido el descreimiento.
Al no imponerse por mandato mágico, sino deletrearse y explicarse como buceo sentimental en sus recuerdos de infancia a partir de la topografía y el bestiario lorquiano —las dos tías solteronas; más tarde, algo postizamente, la propia madre—, la obra de Remón se lo pone difícil al trío protagonista, excepcionales Carril, Orazi y Paso , aquí habitando un exigente entredós tragicómico —a la vez dentro y fuera, desdoblados, multiplicados entre la risa y la desesperación — desde el que revelan la empatía natural que cimenta sus dotes interpretativas.
Pero luego de tanto desnudamiento, de tanto enseñar las costuras aunque sin ánimo desmitificador, cuando toca dejarse atravesar por el verbo de Lorca y, en cierta medida, suspender el punto de vista, la experiencia se siente precipitada, amortiguada, escamoteado el misterio por una sobredosis de cariño .
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