Crítica teatral
Las distancias y el encuentro
«Próximo» nos embauca con lo nuevo, las conversaciones por Skype (ya íntimas, ya paranoicas), débiles y fascinantes puentes espacio-temporales, como poderoso sustento de su reflexión sobre lo viejo, lo de siempre
Si uno no lee la sinopsis y se enfrenta virgen a «Próximo» puede luego comprender, retrospectivamente, que todo estaba allí desde el origen , concentrado, agazapado, en la primera escena: en el extrañamiento de dos hombres que comparten una rara cotidianidad sin siquiera mirarse, en el a mbiente quebrado de dos compañeros de un piso heterogéneo que sella la escena con un metafórico quitamiedos y dos farolas de autopista, sugiriendo ya la importancia que aquí tiene el abrazo de los contrarios: el de ellos, pero también el del adentro con el afuera, el del cerca con el lejos.
El argentino Claudio Tolcachir , maestro de este tipo de teatro de cámara que sabe modular la intensidad y sorprender sin aspavientos ni golpes de efecto, es capaz en «Próximo» de hacer coincidir el argumento —la historia desajustada (por origen y clase social) de un amor a distancia entre un pijo rico español y un inmigrante argentino sin papeles— con la materia subterránea que apuntala toda obra de teatro, en cierta medida una danza de presencias y ausencias donde todos —creadores, actores y espectadores— anhelan la polisémica chispa del contacto; un frágil esfuerzo colectivo que consiga marcar un territorio, una determinada intemperie desde la que invocar las potencias de lo imaginario, la mirada interior.
Así, «Próximo», que lleva tiempo girando y puede considerarse un milagroso mecanismo ajustado —los protagonistas, Santi Marín y Lautaro Perotti , de tan perfectos parecen haber asumido como propios los pequeños detalles de sus personajes— nos embauca con lo nuevo, las conversaciones por Skype (ya íntimas, ya paranoicas), débiles y fascinantes puentes espacio-temporales, como poderoso sustento de su reflexión sobre lo viejo, lo de siempre: la transmisión desde los cuerpos, desde sus posturas, sus gestos, y desde las voces proyectadas en distintas direcciones, de la idea de que el mundo es pequeño y manejable: que todo cabe en la escena, que, en el fondo, somos dignos de soñar que no estamos tan solos.