Crítica de Danza
La Danza como obsesión de Sharon Eyal
Estreno en España de «Love Chapter 2» de la coreógrafa israelí con música de Gai Behar y Ori Lichtik
![Sevilla ha servido de escenario para el estreno en España de «Love Chapter 2»](https://s2.abcstatics.com/media/cultura/2019/02/16/s/love-chapter-teatro-central-kVOB--1248x698@abc.jpg)
La música sigue sonando, los bailarines van desaparenciendo, se cierra el telón y el público, como un resorte, se levanta de sus asientos y comienza un larguísimo aplauso. Ese fue el final, antes habían ocurrido muchas cosas en esa hora y diez minutos de danza con los bailarines de L.E.V., la compañía de Sharon Eyal que eligió Sevilla para presentarse en España.
Para crear «Love Chapter 2» , una continuidad de «OCD Love», Sharon Eyal, que vimos en Sevilla bailando con la Batsheva Dance Company , lleva a cabo un trabajo sobre la melancolía. La coreógrafa se inspira en la obra de Lars Von Trier por la continuidad de sus sus películas y mira también hacia directores como los hermanos Cohen o Spike Lee.
Seis intérpretes en escena con la música en directo interpretada por Ori Lichtik en colaboración de Gai Behar, un músico israelí que acompaña a Sharon Eyal en todas las piezas de la compañía L-E-V. Sin escenografía, sin contar realmente una historia, la obra es hipnotica. Los bailarines visten un maillot que se confunde con el cuerpo y calcetines negros . Importante detalle pues en determinados momentos el milimétrico efecto de la luz hace que parezcan flotar en el escenario. Nada sobresale de los cuerpos
La danza es bellísima, hipnótica, con un control absoluto y continuado de cada músculo del cuerpo. Nada queda al azar. Todos bailan, al principio casi inapreciablemente, pero luego empiezan a danzar, a mover sus cuerpos con una serie de casi imposibles gestos corporales. Cada intérprete tiene un momento coreográfico propio dentro de la escena coral. Los pies no se despegan del suelo. No hay grandes saltos, ni amplios despegues, no existe nada que separe a los bailarines que permanecen juntos y se siguen en movimiento constamente en media punta (gemelos de acero sin duda).
La coreografía avanza y las articulaciones de los brazos se mueven hacia detrás y delante espasmódicamente, compulsivamente, continúan desfilando en relevé por el escenario, en ordenada troupe. Es una danza que crea adicción.
Los bailarines se sitúan ante el público, nos miran, se oye alguna voz, casi inapreciable. Todos continúan danzando al unísono, y al mismo tiempo cada uno tiene un gesto que lo singulariza. Los diferentes cuadros coreográficos se van repitiendo hasta que casi se agotan. La música thecno del magnífico Ori Lichtik marca constamente la velocidad y el ritmo de la obra. La luz matiza los cuerpos, los transforma de color y de siluetas, y hace desaparecer sus pies del escenario y matiza sus gestos.
Sharon Eyal vuelve a poner todas sus obsesiones y sus angustias en su creación. En momentos, uno de los intérpretes parece estrangularse, otros restringen su energía o de repente la expulsan de su cuerpo. La danza es realmente espectacular .
Y al final del espectáculo salimos pensando inevitablemente que habíamos asistido a una de esas obras que quedan en nuestra memoria selectiva.
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