Crítica de Danza
La Cenicienta cubana nos hizo soñar
El Ballet Nacional de Cuba clausuró su gira en el Cartuja Center de Sevilla con una obra clásica del siglo XX
«La Cenicienta» del Ballet Nacional de Cuba consiguió casi llenar con 1.500 personas, y sobre todo muchas voces infantiles, el Cartuja Center Cite en la clausura en Sevilla de la gira que la compañía ha hecho por Andalucía. La danza cubana nos ha presentado una coreografía de Pedro Consuegra realizada en 1988 para el Ballet de Marsella y que la compañía remontó en el año 1996, estando desde entonces en su repertorio.
Esta versión, que como otras clásicas se basa en el cuento de Perrault, cuenta con la música de Johan Strauss hijo y la escenografía del diseñador alemán Armin Heineman. Consuegra, antiguo bailarín del ballet cubano, ha estudiado concienzudamente la obra del mítico coreógrafo francés, Marius Petipa y los rasgos principales del maestro histórico se ven reflejados en este ballet, sobre todo en las variaciones del segundo acto.
La ventaja con «La Cenicienta» es que todos nos sabemos el cuento, aunque en esta versión aparezcan con mucho más protagonismo el hada madrina, el hermano pequeño y travieso del príncipe y el chambelán de la corte, y que ambos terminen casándose con las dos «hermanas feas», en este caso cómicas. Porque Consuegra ha elegido la comicidad por encima de la crueldad para definir los personajes de la madrastra, un bailarín travestido que hizo las delicias del público, y las dos hermanas. Muchos momentos cómicos a lo largo de la obra, que además es intemporal en cuanto al vestuario, mezcla de trajes de frac para ellos, con vaporosos vestidos y poperos atuendos para ellas, trajes folklóricos, junto al tutú de plato de Cenicienta y un príncipe con entorchados a lo tradicional.
El Ballet Nacional de Cuba tiene un sello de excelencia que siempre le acompaña y que supera dificultades (como la dureza del tapiz o unas luces que a veces no entraron a tiempo). Pero los bailarines tienen un alto nivel de interpretación y de virtuosismo. En Sevilla los principales roles tuvieron artistas de lujo, nada menos que la actual subdirectora de la compañía, Viengsay Valdés y el primer bailarín, Dani Hernández. Ambos han interpretado este papel en otras ocasiones y se notaba la compenetración y coordinación. Muy barrocas las variaciones del primer acto y mucho más difícil los de la coda del segundo acto, con saltos, elevaciónes, portés, pasos y sobre todo, el enorme equilibrio de Viegnsay Valdés en puntas, donde demostró su escuela y belleza escénica. Vimos dos grandes bailarines.
El cuerpo de baile responde en todo momento a las expectativas del coreógrafo, y en Sevilla algo llamó la atención poderosamente. En la variación española del segundo acto, los cuatro intérpretes tocaron los palillos con gran habilidad, con carretilla y posticeos perfectamente ejecutados. Este detalle hizo las delicias del público. Es un cuerpo de baile perfectamente entrenado no sólo en la danza y su ejecución, sino también en la interpretación de la pantomima del ballet, aunque sea en una versión del siglo XX.
Fue una «Cenicienta» de telones clásicos, gran número de bailarines en escena, muy buena pareja protagónica y, sobre todo, una gran comicidad que hizo que no se oyera la voz de un niño en las dos horas (se oyó más la de algún mayor), y eso que los había a montones y algunos muy pequeños. Esa creación de nuevos públicos, es algo tan importante que ninguna compañía ni teatro debe dejarla de lado.
Al Ballet Nacional de Cuba le queda aún en su gira española dos semanas en Madrid antes de regresar. Ojalá que no tarden tanto en volver a Sevilla como esta vez y lo hagan con las nuevas propuestas en las que su subdirectora se ha aventurado para un futuro inmediato.