Crítica de Danza

La bella arquitectura coreográfica de Keersmaeker

La coreógrafa belga ha puesto en escena en Sevilla, «The Golberg Variations», única función en España

Anne Teresa de Keersmaeker y Pavel Kolesnikov Anne Van Aerschot

Marta Carrasco

Anne Teresa de Keersmaeker y Pavel Kolesnikov están a boca de escenario. El público en pie, aplaudiendo la obra «The Golberg Variations» que acabamos de ver en el teatro Central de Sevilla, única ciudad en España donde la coreógrafa belga la ha puesto en escena. «Gracias, muchísimas gracias. Estamos pasando por momentos muy difíciles, pero gracias por estar aquí», dice con su voz casi en susurro. Hay mucho de emoción en estas palabras, sumadas a las dos horas de danza y música que acabamos de gozar, con tan sólo dos personas en escena.

El teatro Central se ha despojado de todo. No hay calles, no hay chácena, hombros limpios, el escenario libre, pulcro. En el escenario, un piano de cola, una manta térmica cuyos reflejos dorados iluminan el piano y en uno de los laterales un gran muro plateado desde donde llegará la luz.

«The Golberg Variations» es casi el epílogo de este ididio que Anne Teresa de Keersmaeker ha mantenido con Bach desde hace años. En 2008 el músico barroco y clavecinista inspiró a la coreógrafa, «Bach es una invitación directa a la danza con sus gigas, gavotas y otras zarabandas», ha dicho la coreógrafa. Bach y Keersmaeker caminan juntos desde las «Seis suites para violonchelo» o «Los Conciertos de Brandemburgo», obras que ha coreografiado y a las que se añaden «Partita 2».

En escena Pavel Kolesnikov sale en camiseta, pantalón corto y descalzo. Keersmaeker, con su pelo blanco en una coleta, en vestido de gasa negro y también descalza. En la segunda parte, ambos se pondrán zapatos y otros atuendos, él pantalón largo y camisa; ella, conjunto de pantalón campana y luego short plateados con camisa roja de gasa. Un sutil cambio que es fundamental para el desarrollo de la dramaturgia de la obra.

Anne Teresa de Keersmaeker, la maestra y creadora de P.A.R.T.S , ha vuelto casi a sus orígenes. Ha regresado para desarrollar esa arquitectura coreográfica que pone en escena a través de un tema único, porque en realidad estas «Variaciones Golberg» se componen de un aria, treinta variaciones y un reprise del aria o aria da capo. Lo que busca con su movimiento la coreógrafa es la perfección, y lo hace en cada instante que ha modelado para las notas de esta partitura.

Anne Teresa De Keersmaeker comenzó a trabajar en éste sólo en New York, en un enorme cambio de registro radical, pues lo hizo después de coreografiar West Side Story en Broadway , en colaboración con una de sus bailarinas más destacadas, Trisha Brown, que hace años le inspiró para concebir más libremente su escritura coreográfica.

La obra es minimalista, pulcra, con movimientos casi geométricos , llenos de poesía, donde la dramaturgia de la obra nos hace vislumbrar a una Keersmaeker a veces adolescente a veces infantil o simplemente vieja. Pero su energía es sorprendente. No hay muchos bailarines capaces de concitar la atención de un público durante dos horas, y menos aún sostener sin la más mínima vacilación ni alteración del ritmo un sólo tan extenso.

A su lado, un joven Pavel Kolesnikov (me llama la atención su magnífico manejo del pedal a pie descalzo), interpretando a piano esta maravillosa partitura que Keersmaeker descubrió gracias a las codiciadas grabaciones con las que debutó en 1955 el excéntrico y maravilloso pianista canadiense, Glenn Gould.

Mientras Gould canturreaba cuando tocaba sentado en aquella silla imposible de las que nunca se alejaba, Keersmaeker nos mira, se para delante del público y nos interroga, a veces susurra. Hay un lenguaje interior que a veces nos transmite y emociona. Son un sinfín de sensaciones las que nos hace llegar a través de una danza infinita, donde su cuerpo a veces parece que se le ha «escapado».

Una matinée formidable, porque ahora vamos al teatro en «modo europeo» por la mañana, pero vamos. Un regalo que esta temporada nos ha traído el teatro Central en lo que probablemente sea la última aparición en un sólo de Keersmaeker, con la referencia del maravilloso piano de Pavel Kalesnikov y algo también esencial: un diseño de luces y escenografía espectacular del finlandés, Minna Tikkainen, que nos parece decir eso de «menos es más» y que consigue la gran delicadeza que combina a la perfección con la danza de Keersmaeker.

«Gracias por venir», nos dijo Anne Teresa de Keersmaeker a un público fascinado y rendido tras dos horas de danza en estado puro. No, gran dama la danza, gracias por estar en Sevilla, por este regalo que se recordará como las grandes obras, y que ha puesto un momento de esperanza a este año tan incalificable.

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