Crítica de teatro

«Los árboles»: Sobre acentos y músicas

Hay una ambición muy prometedora en «Los árboles», una circulación de energía que, a falta de una mayor afinación, bosqueja la idea de un mecanismo escénico engrasado

Elenco de «Los árboles» ABC

Alfonso Crespo

Hay una ambición muy prometedora en «Los árboles» , una circulación de energía que, a falta de una mayor afinación, bosqueja la idea de un mecanismo escénico engrasado. Lo mejor de esta elocuente adaptación de Chéjov es su lado de profanación —desde la admiración, que es la mejor atalaya, se escoge lo que sirva y el resto se aparca sin remordimientos—, un cierto descaro en un pos de una coloratura que nos haga más reconocible, más nuestra, esta historia de postrimerías, decadencia y cambio de ciclo donde espiar las diferencias que se agazapan en la repetición.

Quizás a este declarado «Chéjov andaluz» , paradójicamente una obra elíptica y despojada, le convenga seguir restando, ensanchar aún más la escena para que los personajes-islas subrayen su destino de mónadas en dispersión, apostando por una fórmula donde brillen mejor sus particulares destellos. Puede que, en este sentido, «sobre música», y no porque ésta no quede justificada dramatúrgicamente —lo está— o no proponga pliegues interesantes y hasta atrevidos, sino porque ya hay, desde el principio, una melodía inherente al baile y entrecruzamiento de los cuerpos —una música callada, una protodanza un poco a lo Pina Bausch—, que los músicos en directo pueden hacernos olvidar incluso con la mejor de las intenciones.

Y es que, además, conviene escuchar bien el particular «soniquete» de este elenco, la tensión caricatural que explotan Juanfra Juárez o Joserra Leza , los aspavientos sincrónicos y la risa desmayada de Carmen León —una intemporal tata, como compuesta en palimpsesto sobre el papel que nos regalara Rafaela Aparicio en «El Sur» de Víctor Erice —; la estilización, en definitiva, de unos personajes que, entre la verosimilitud y la máscara, deshilachan la escena mientras atraviesan el espacio y, así, las épocas. Ellos son los que viajan y nos transportan, los que se ocultan en grupo o, finalmente, se quedan solos, a la espera de que la caja de música vuelva a sonar.

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