TEATRO

Héctor Alterio: «La vida pasa muy rápido, y como no sé cuándo será el final, sigo sobre el escenario»

A sus 87 años, el actor argentino se mete en el papel de 'El padre', un octogenario enfermo de alzheimer que llega al Gran Teatro Falla

Héctor Alterio interpreta a Andrés en 'El padre'

ROCÍO VÁZQUEZ

Héctor Alterio responde al teléfono de la misma forma que hace cinco años, cuando venía a Cádiz para presentar 'La sonrisa etrusca' . «Le estaba esperando». A sus 87 años, el actor argentino cumple escrupulosamente con su trabajo: el respeto incondicional al público. A la persona anónima que «se moviliza» y se sienta en una butaca esperando a que le «conmuevan».

Alterio, padre de una saga de intérpretes, aprendiz casi nonagenario, vive por el teatro. Por el momento de subirse a las tablas. Este viernes y sábado lo hace en las del Gran Teatro Falla . Es el principal protagonista de 'El padre', una obra del francés Florian Zeller , adaptada y dirigida por el insigne José Carlos Plaza y producida por Pentación Espectáculos. Una trinidad inexcusable. Junto a Héctor Alterio, en el papel de Andrés, un anciano con problemas de memoria, actúan Ana Labordeta (hija de José Antonio Labordeta), Luis Rallo , Miguel Hermoso , Zaira Montes y María González . Pero es el veterano actor quien aguarda la llamada. Es cuestión de oficio, asegura que no se puede «quejar». Un centenar de funciones y firmadas otras ya hasta final de año con 'El padre'.

-¿Cómo se enfrenta al papel de Andrés después de 100 representaciones?

-Uno tiene que poner interés en que el espectador decide pagar por ver una función, que siempre sea un estreno. Los actores tenemos que hacer que no se noten esas 100 representaciones. Estamos en un profesión que si hay un señor que se sienta en la butaca, lo movilizamos, a ese señor que no conozco y no voy a ver más... Hay que tener en cuenta eso y hacer la función como si fuera la primera vez y tengo por ese señor un venerado respeto y me permite a mí mejorar, eliminar los errores que cometí la noche anterior. Eso solo pasa en el teatro. Las funciones son la misma, pero son distintas.

-¿Y la primera vez?

-Me vino una versión del productor para que la leyera, una versión muy apurada del francés Florian Zeller. Estaba traducida del francés al castellano, muy apurada, pero me encantó. Decidí automáticamente darle el sí. José Carlos Plaza es muy amigo mío y él hizo la traducción perfectamente y la mejoró, pero yo ya antes estaba enamorado del papel.

-¿Sintió que estaba escrito para usted? (en París lo ha representado Robert Hirsch; Kenneth Cranham en Londres y Frank Langella en Broadway).

-Lo sintió primero el productor, que así me lo dijo. Y yo me enamoré inmediatamente. Coincide con mi edad, no digo que tenga las mismas características, porque está enfermo, pero sí que se ajusta muy bien a mí. A pesar de las 100 representaciones, todavía sigo encontrando cosas nuevas, me sigue entreteniendo. Todas esas cosas vienen provocadas especialmente por la reacción del público, que llena los teatros, se emocionan frente a nuestra oferta. Este espectáculo tiene un personaje que por lo general alguien conoce (enfermo de alzheimer), y entonces la emoción es mucho más directa y fuerte.

-Su primer acercamiento con esta enfermedad fue con 'El hijo de la novia'.

-El personaje que hacía mi mujer, que era Norma Aleandro, tenía alzheimer. El director, Juan José Campanella, lamentablemente tenía a su madre ingresada en una residencia y me llevó a verla. Yo desconocía todo esto, no tenía una relación directa con la enfermedad, pero aquella visita fue conmovedora. Con ese elemento, trabajamos el personaje de 'El hijo de la novia'.

-¿Qué es lo que encontrará el espectador en 'El padre'?

-Es la historia de una familia que tiene una hija, con su pareja, y el padre viviendo en la casa. También hay otra hija que no aparece, y el padre la busca permanentemente, se le oculta esa situación. En esta historia cotidiana Zeller le da la vuelta a todo esto y teatraliza lo que está en la cabeza del protagonista. Aparentemente esto puede ser una desorientación, porque de pronto los espectadores ven una situación que reflejan a los mismos personajes hechos por otras personas y esas otras personas realizan lo que el enfermo siente. Eso que puede ser confuso, no lo es porque obliga al espectador a meterse en la obra para saber qué es lo que está pasando. Y eso contribuye a que aflore una oferta de humor que el público recibe estupendemente.

-Thriller, drama, personajes que aparecen en la mente del protagonista.... Es una función para no pestañear.

-Para no pestañear, ni moverse. El público se sienta, mira, y no hay nada que pueda despitarle porque si no, pierde el hilo. Y con sitaciones de humor, hace que el espectador esté entretenido de principio a final.

-¿Cómo se encaja el humor en una historia tan dura?

-Es una historia dura, pero creada en base a un personaje que está desorientado, un personaje que confunde, que de pronto pregunta cosas tan insólitas que provoca la risa del espectador, sin faltar el respeto. El público que se nos acerca para agradecer y saludarnos lo corrobora. Muchos tienen un pariente cerca al que le afecta esta enfermedad. Y eso hace que la congoja, la ternura, continúe hasta que llego al hotel. Me hace estar muy alerta porque no puedo permitirme perder la sorpresa y la frescura en mis respuestas cuando se acercan a mí.

-A sus 87 años, la pregunta es inevitable: ¿Cuál es el secreto para mantener esa fuerza e ilusión?

-Mi secreto ya lo he dicho. En que hay un señor anónimo que se moviliza para ir al teatro, que no he visto nunca en mi vida, se sienta en una butaca tranquilamente y espera que lo movilicemos. Toda esa situación que yo no veo, ni tiene cara, pero que se llama el público, me obliga a mí a estar permanentemente alerta y olvidarme de que tengo 60 años de representación, de entrenamiento, 100 de las misma función... Eso contribuye a que yo continúe tratando de hacerlo mejor cada día. Estoy hablando en primera persona, pero el resto de mis compañeros tienen la misma responsabilidad que yo. Esto es lo que me mantiene vivo en esta profesión.

-Como dicen en este mundillo: ¿Estará en el escenario hasta que el cuerpo aguante?

-Yo estoy haciendo un trabajo que me gusta, si yo tengo esa campana que suena para que no me duerma y además me funciona la cabeza, no necesito a nadie que me ayude a caminar, ni a meterme en la cama, puedo ejercer mi profesión perfectamente. Oiga, tengo 87 años y cumplo 88 en septiembre, empecé con 12 años en la escuela primaria, en Argentina, y siempre he hecho esto porque me gusta. Estoy haciendo algo con todo respeto para esa persona anónima.

-El gran amor de su vida es el teatro...

-Esta vida pasa muy rápido, muy rápido, aunque esto que estoy contando son muchos años, ya son pasado, pasaron muy rápido. Como no sé cómo ni cuándo va a terminar, que será cuando no pueda hablar, ni comer, ni respirar... Como no sé cuándo será el final, entonces, sigo.

-Una gran lección de vida, justo al final de la suya.

-No se trata de vivir por vivir. Afortunadamente tengo una profesión, que siempre me ha gustado, pero es que además no estoy cansado de esto. Cada función es una historia nueva y mientras pueda hacerla la voy a hacer.

-En una de sus visitas a Cádiz, hace cinco años, le preguntamos por la situación del cine español. Ha transcurrido un lustro, ¿ha cambiado algo desde aquella crisis?

-Los impuestos lastran a los productores, la situación no mejora hasta tanto el ministro de economía no decida quitar su gravamen que hace casi imposible levantar una película. En el teatro también se sufre esa situación y los empresarios reducen los elencos, no se puede hacer un espectáculo de gran calado porque no saben cómo va a salir.

-Nada ha parado por el amor al arte de gente como usted.

-No soy yo el único. Hay muchos compañeros, afortunadamente, que están trabajando mucho.

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