CRÍTICA DE TEATRO
Wajdi Mouawad visita a Sófocles y la sangre de los clásicos
El autor de «Incendios» presenta sus dos últimos trabajos en el Valle-Inclán
Por si hubiera alguna duda, que no la hay, el díptico sofocleano que Wajdi Mouawad , actual director del parisino Teatro de la Colina, ha presentado en el ciclo del CDN «Una mirada al mundo» bastaría para despejarla: es uno de los indiscutibles grandes creadores escénicos de nuestros días, un poeta del escenario, como lo denominó mi colega y amigo Javier Vallejo. Mouawad se asoma al teatro de Sófocles y en su itinerario salta de la Grecia clásica a la de hoy hilvanando las hazañas y pesares de aquellos héroes trágicos sujetos a los designios de los antiguos dioses con los latidos de la actualidad crispada: el dolor se declina igual en todas las épocas y el demiurgo libanocanadiense irriga su indagación con la sangre viva de los clásicos , nuestra misma sangre.
Los moribundos del título del díptico son Filoctetes, el héroe griego abandonado por sus compañeros aqueos en la isla de Lemnos a causa de una herida hedionda, y Edipo, el desterrado y ciego rey de Tebas que, con su hija Antígona como lazarillo, busca el lugar donde morir; pero lo son también quienes, al borde del último aliento, bracean en el piélago del infortunio, carne de cañón de un cataclismo económico que es una de las plagas con que hoy azotan a los hombres los nuevos dioses, tan incomprensibles y caprichosos como aquellos moradores del Olimpo.
En «Inflammation du verbe vivre», a partir de una puesta en escena de “Filoctetes” frustrada por la muerte del poeta y traductor Robert Favreau, Mouawad se zambulle, de manera literal , en una búsqueda de respuestas sobre la vida y la función de la creación artística. Intentaré contar someramente lo que contiene. Es un viaje al Hades que comienza medio ahogado entre rocas, atraviesa la laguna Estigia, llega a un aeropuerto abandonado donde le espera un taxista llamado Lefteris («mi nombre quiere decir Libertad», le dice) y desemboca en un escenario parecido a la actual Atenas; allí, en un insondable basurero donde se depositan los dolores olvidados e inmensas bandadas de gaviotas campan a sus anchas, encuentra el reflejo de su alma en los ojos de un perro , habla con adolescentes suicidas, se topa en el oráculo de Delfos con un Apolo que hoy es un obeso granjero que vive en Estados Unidos y le revela que «la verdad es siempre un error». Por fin encuentra en la morada de los muertos el lugar de los poetas (Louise Labé, María Zambrano, Tucídides, Georg Trakl, Borges, Robert Walser…, son algunos de los nombres citados) y allí, a su amigo Favreau. De vuelta a la vida, la respuesta que ha hallado es un lápiz , el instrumento para reinventar el lenguaje y reinventarse en él.
Este viaje iniciático y de transformación, donde la profundidad del misterio es abordada con sencillez consoladora, Mouawad lo narra fluidamente con imaginación pasmosa : está solo en el escenario, sobre una pantalla formada por tiras blancas elásticas se proyecta una película en la que él entra y sale perfectamente sincronizado; personajes, paisajes, escenarios, imágenes desoladas hondamente evocadoras, su voz siempre presente… Cine y teatro de la mano, un recurso integrado de manera orgánica en la narración dramática y que huye de la grandilocuencia del despliegue técnico. Elocuente, emocionante, doloroso y pleno de amor a la vida y piedad cómplice por quienes sufren. Un trabajo desbordante de ironía metafísica y poderoso aliento dramático en el que resuenan los ecos admirativos por el teatro de Robert Lepage, otro gran creador que también nos llega desde Canadá de la mano de la afanosa Pilar Yzaguirre, cuyo instinto para apostar por el buen teatro parece infalible .
«Les Larmes d’Œdipe» tiene como base «Edipo en Colono». El viejo rey que se arrancó los ojos cegado por la culpa llega a Atenas en compañía de su hija Antígona y se refugia en un antiguo teatro donde un corifeo le informa de que la ciudad llora la muerte de un joven en las protestas contra la crisis que en 2008 tuvieron por escenario el barrio de Exarchia. El pasado y lo contemporáneo respiran a la vez: «Hoy como ayer –se dice– es necesario penetrar en el laberinto de la palabras para que resuene el eco de las infancias perdidas y de una fraternidad invisible más allá de la muerte, en un último gesto de apaciguamiento y de reconciliación».
Wajdi Mouawad utiliza la técnica del teatro de sombras para desarrollar esta suerte de oratorio con tres personajes: un círculo de luz rojiza se centra en el telón blanco a través del que se transparentan las sombras, que son como esas figuras negras que sobre fondo rojo pueblan las antiguas vasijas helénicas, una fascinante referencia a la caverna platónica y un regreso al teatro primigenio en un ceremonial intenso que, aunque a veces llega a saturar, emociona e inquieta. Como en todos sus trabajos, es el ser humano la clave sobre la que gravita el espectáculo. En ninguna de las dos creaciones presentadas en «Una mirada al mundo» utiliza Mouawad el combustible de la demagogia o el alegato político .
La presencia en Madrid de este poeta del escenario –actualmente se puede ver en el Teatro de la Abadía el gran montaje que de la formidable «Incendios» ha realizado Mario Gas – es todo un acontecimiento teatral. Lástima que sólo haya sido por tres días.