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Stéphanie D'Oustrac (Sesto) y Myrtó Papatanasiu (Vitellia) Antonio Bofill

Pep Gorgori

Cuesta imaginar que dentro de dos siglos alguien siga ensimismado por algún producto del actual marketing político. Eso es justo lo que logró Leopoldo II de Bohemia cuando encargó al mismísimo Mozart un panfleto para celebrar su coronación. Aquél panfleto se estrenó en Praga en 1791, se titula «La Clemenza di Tito» y ha pasado a la posteridad como la última ópera de Mozart.

«La clemenza di Tito» ha vuelto al Liceo catorce años después de su última representación y con el montaje de uno de los directores escénicos más cotizados del momento, David McVicar. Su propuesta es respetuosa con el libreto y la partitura e incluye una buena dirección de actores. Tiene la virtud de no molestar e incluso ayudar a los cantantes en muchos momentos, aunque quizás sea demasiado sobria.

Si se tratase de una campaña electoral, la presidenta de la función sería la mezzosoprano francesa Stéphanie D’Oustrac por mayoría absoluta. Ella recibió la más sonora ovación tras bordar un Sesto simplemente perfecto. Este papel es uno de los más bellos regalos que nos dejó Mozart, además de todo un reto para los cantantes. Necesita estar bien apuntalado por Annio, otro rol masculino cantado por una mujer, que en este caso fue Lidia Vinyes-Curtis, impecable en sus arias y recitativos. Ambas se han bregado en el terreno de la música barroca, y en esta producción se nota y se agradece a partes iguales.

El emperador clemente, un Tito en el que Leopoldo se quiso ver reflejado, lo encarnó Paolo Fanale, quien salvó con dignidad un rol y una tesitura que no lo ponen nada fácil. Por su parte, la intrigante Vitellia de Myrtó Papatanasiu no acabó de despegar. La soprano ha demostrado repetidamente su valía, pero no tuvo su mejor noche y pareció costarle encajar en el estilo mozartiano.

Estuvo correcto el coro y mostró buen sonido la orquesta, con Philippe Auguin al frente. Su concepción busca más al Mozart sublime que al chispeante, lo que se traduce en unos «tempi» reposados que no parecieron convencer al público. Mención especial merece el trabajo de Rodrigo de Vera: la complejidad de acompañar los recitativos desde el clave no siempre se valora en su justa medida, y el resultado fue excelente.

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