La vigencia de Lope de Vega

Israel Elejalde (en primer plano), en una escena de 'Lo fingido verdadero' Sergio Parra
Julio Bravo

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Cuando se monta un texto clásico, los periodistas solemos preguntar a los directores cuál es su contemporaneidad y qué tienen que aportar esos autores en nuestros días. La cuestión se contesta por sí misma; son los propios textos los que hablan, y para muestra un botón: la coincidencia en la cartelera madrileña de dos títulos de Lope de Vega a manos de dos directores, Lluís Homar y Eduardo Vasco -responsable actual de la Compañía Nacional de Teatro Clásico el primero, y su director entre 2004 y 2011 el segundo- prueba la vigencia, eterna, del Fénix de los Ingenios.

'Lo fingido verdadero' es un texto apenas conocido; de hecho ésta es su primera puesta en escena en los treinta y seis años de existencia de la CNTC. Homar confiesa que se sintió fascinado por él. Lope lo escribió simultáneamente a su revelador 'Arte nuevo de hacer comedias', con el que comparte ciertas similitudes, especialmente en el segundo acto, una brillante y jocosa comedia llena de ingenio. Cuenta una historia ambientada en la Roma del siglo III, el de la llegada al poder del emperador Diocleciano, uno de los protagonistas del texto. Por ella discurren historias de amor paralelas y diferentes, que igualan al ser humano de entonces, al de la época de Lope de Vega y al de nuestros días; en algunos aspectos no hemos cambiado nada.

No puede hablarse de 'Lo fingido verdadero' como de un texto redondo; con algunas tiradas de verso es más bien irregular en su desarrollo dramático, y sus tres jornadas muestran tres estilos totalmente diferentes que hacen parecer que estemos ante tres obras diferentes. La trascendencia, el poder del amor (también, de algún modo, su lado destructor) y esa fina línea que existe a veces entre 'lo fingido' y 'lo verdadero' son los pilares de esta obra. En ella se advierte también el amor del autor por el teatro, por esa capacidad que tiene el escenario de transformar mentiras en realidades y viceversa; el teatro, al fin y al cabo, no es sino un gran engaño lleno de verdades, en el que los espectadores aceptan las mentiras y los actores tratan de contarlas con toda la verdad de que son posibles.

Lluís Homar ha creado un espectáculo lujosamente despojado, detrás del que se adivina un exhaustivo y esclarecedor trabajo (no podría ser de otro modo en esta compañía) sobre la palabra. El dinámico y limpio montaje -que zozobra sin embargo en un sobrecargado tercer acto- descansa fundamentalmente sobre la labor de sus actores, notables en líneas generales, con sobresaliente para intérpretes como el veterano Arturo Querejeta y la joven María Besant (la diferencia de edad entre ellos dificulta la verosimilitud de su amor, pero es una prueba más de esa mentirosa verdad que es el teatro), y matrícula de honor y premio fin de carrera para un Israel Elejalde en estado de gracia. Su encarnación de Ginés está llena de colores, de matices y de acentos.

Elena Rayos y Mar Calvo, en una escena de 'Peribáñez' Joaquín Vasco

Peribáñez

'Peribáñez y el Comendador de Ocaña', al contrario de 'Lo fingido verdadero', es uno de los textos más conocidos y más celebrados de Lope de Vega. Drama histórico escrito en 1614, aborda una reconocible cuestión que aparece también en obras como 'Fuenteovejuna', del propio Lope, o 'El alcalde de Zalamea', de Calderón: el honor y la rebelión del débil ante el poder injusto. Eduardo Vasco , gran conocedor del repertorio áureo, iguala este conflicto con el que separa al mundo rural con el urbano, y lo subraya en esta puesta en escena igualmente despojada -aunque en este caso haga de la necesidad virtud- que la de 'Lo fingido verdadero'; lo hace especialmente a través de la música y las canciones, que perfuman de ruralidad y folclorismo (en el mejor sentido de la palabra) el montaje.

Yolanda Pallín , habitual colaboradora de Eduardo Vasco -los dos son la cabeza visible de la admirable compañía Noviembre Teatro-, firma una versión esencial del drama, despojándolo de las tramas paralelas y centrándose en la almendra del conflicto; queda así 'Peribáñez' en un esqueleto que simplifica la obra quizás en exceso -muy acorde a los gustos del público actual-, aunque persiste la fuerza de un texto hermoso y el dramatismo de la trama. Vasco mueve con habilidad la escena y a los actores, un conjunto nivelado y afinado, donde se mezclan juventud y veteranía, y que completan un espectáculo entretenido y agradable de ver.

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