CRÍTICA DE TEATRO
«La vida es sueño»: Segismundo desencadenado
El teatro Bellas Artes presenta la versión de la obra de Calderón realizada por Teatro del Temple

Cada vez que vuelvo a ver «La vida es sueño» descubro nuevos matices, perspectivas y complejidades. La riqueza del texto de Calderón , su destreza en la construcción teatral y en el tejido de las subtramas, la hondura de su tañido filosófico y la potencia de su musculatura simbólica y metafórica siempre me resultan asombrosas. Sobre todo, claro, cuando están bien servidas sobre el escenario. El montaje cocinado por la compañía aragonesa Teatro del Temple , en la antesala de su primer cuarto de siglo de andadura, comienza de forma confusa, con relampagueo de linternas y alguna ininteligibilidad, pero luego cada pieza encaja y se advierte el rigor y la originalidad de un trabajo que apuesta por una estética de filibusterismo posapocalíptico -casacas, coletas, harapos reciclados, brillos orientales, tatuajes en el rostro, sables y katanas-, con figurines de Ana Sanagustín en la línea de Tino Casal : algo así como un cruce entre «Mad Max» y «Piratas del Caribe».
Una estética bárbara para una obra que transcurre en tiempos bárbaros, donde un rey astrólogo condena a su hijo a vivir encarcelado desde su nacimiento para evitar que los pronósticos funestos se cumplan. En ese argumento erizado de truculencias y supersticiones, amores contrariados, paternidades diferidas, reencuentros y pesares, engasta Calderón, entre otras cuestiones, una pugna entre determinismo y libre albedrío, una reflexión sobre la naturaleza del poder, y retoma y reinterpreta la concepción de la vida como un sueño, tema presente en múltiples tradiciones místicas y filosóficas.
La dirección de Carlos Martín Bazán visita y realza todo esos asuntos, emplea códigos expresivos de la pantomima y la técnica de clown para sacar partido de los aspectos cómicos, imprime destellos de comedia de enredo a la pugna por un camafeo entre Rosaura ( Minerva Arbués ), Astolfo ( Francisco Fraguas ) y Estrella ( Encarni Corrales ), y emociona en momentos como el conocido pasaje que concluye que «toda la vida es sueño, / y los sueños, sueños son», troceado en una hermosa escena coral.
No es del todo homogénea la manera de decir el verso, pero los actores están bien y, además de componer con viveza sus personajes, asumen papeles auxiliares. José Luis Esteban es un Segismundo que declina matizadamente el estupor y el desengaño, Félix Martín sirve un Clotaldo imponente, el Clarín de Alfonso Palomares es, como debe, gracioso, y el director se encarga de encarnar con propiedad al rey Basilio bajo el alias morisco de Yesuf Bazaán .
La iluminación orgánica de Tatoño Perales y la escenografía difusa de Tomás Ruata se suman a la música de Gonzalo Alonso , interpretada en directo por él mismo con la colaboración de los actores, cómplices en ese universo sonoro constante que, aunque a veces percute en las palabras, enriquece la propuesta con una rara atmósfera de alucinación y exotismo.