Verona esquina Broadway o Lope es una fiesta italiana

Una imagen de 'Castelvines y Monteses' Bárbara Sánchez-Palomero
Julio Bravo

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Si alguien, a estas alturas, sigue pensando que el teatro clásico es aburrido, que se acerque por el Teatro de la Comedia y vea 'Castelvines y Monteses'; y, si no sale de allí con el espíritu regocijado, yo en su lugar me preocuparía. Y es que el espectáculo que dirige Sergio Peris-Mencheta dentro de la temporada de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, es una vitamínica fiesta teatral y un gran musical sin complejos ni medias tintas.

Lope de Vega se inspiró, para escribir 'Castelvines y Monteses', en el mismo texto de Matteo Bandello en el que se basó Shakespeare para su 'Romeo y Julieta'. Los dos dramaturgos cuentan, pues, la misma historia de los dos amantes de Verona, procedentes de dos familias enfrentadas entre sí; la principal diferencia es que Shakespeare escribió una tragedia y Lope una comedia. Pero, al margen de los finales distintos, hay más diferencias -por ejemplo: en la mejor tradición de nuestro teatro áureo, son tres las parejas de enamorados-, y una de las fundamentales se refiere al texto; no puede decirse que en esta obra estén los mejores versos del fénix de los ingenios (eso no quiere decir que sean malos, claro), aunque sí una función con una sólida arquitectura y personajes enjundiosos.

Sergio Peris-Mencheta, y ése es el primero de sus méritos, ha sabido leer y escuchar el texto sin buscarle tres pies al gato, y ha sabido convertirlo en un espectáculo tan divertido como tierno, tan festivo como minucioso y tan atractivo como ingenioso. No ha tenido además ningún complejo a la hora de hacer de 'Castelvines y Monteses' un musical con todas las letras, ceñido a buena parte de sus reglas, y que produce en los espectadores (así lo prueban los aplausos finales) una placentera sensación de bienestar.

Una Verona contemporáneamente atemporal es el marco en el que se desarrolla la función; dos familias enemigas regentan dos establecimientos vecinos: la «Locanda del Gatto» es la taberna de los Monteses; el Castillo del Vino es el local de los Castelvines. Julia y Roselo son los amantes que intentan que la paz vuelva a las dos familias. Su historia la envuelve Sergio Peris-Mencheta con un puñado de canciones italianas, desde Franco Battiato al 'Volare' de Domenico Modugno, en una función rebosante de frescura, luz, sentido del humor y juventud. Hay también su espacio para la ternura y para la complicidad con el público.

Y si cómplice es el público de los actores, estos lo son a su vez, e indispensables, de su director; siempre lo han de ser, naturalmente, pero en esta ocasión de manera mucho más evidente, porque el trabajo al que Peris-Mencheta somete a los intérpretes es agotador: actúan, cantan, bailan, escalan, tocan los instrumentos... siempre con un incansable dinamismo y una felicidad en el rostro que es la que, al final, tienen los espectadores.

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