Ana Torrent: «Las arrugas, para las actrices, son una esclavitud demoledora»

La actriz interpreta actualmente, junto a Carmelo Gómez, la obra de Alberto Conejero «Todas las noches de un día»

Ana Torrent, durante la entrevista con ABC Isabel Permuy
Julio Bravo

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Ana Torrent es una actriz icónica. Su rostro infantil es historia del cine español. Pero eso, ciertamente, es otra historia. Ahora Ana Torrent pelea como cualquier otra actriz por mantenerse a flote en el océano de su profesión; bracea en el cine, en la televisión y, sobre todo, en el teatro, donde ha encontrado en los últimos años el viento más favorable para navegar. Estos días está a bordo de una función que le tiene enamorada: «Todas las noches de un día», de Alberto Conejero, que ha sido dirigida por Luis Luque, y donde tiene como compañero de cartel y tablas a Carmelo Gómez. «Es un regalo -asegura la actriz-... En muchos sentidos, además: el texto, el autor, el director, Carmelo... Y el personaje, que me encanta. No dudé ni un segundo cuando me llegó la propuesta y leí la obra. Es una mujer herida pero que lucha, que intenta reír; le cuesta y le cuesta... El texto es de una belleza y una fuerza extraordinarias. Estoy feliz».

Textos como éste, con un lenguaje más poético que cotidiano, ¿son más difíciles o más sencillos para un actor?

Yo diría que son más difíciles. Pero hay imágenes poéticas que definen mejor algo que es difícil de explicar con palabras cotidianas. Mi personaje dice cosas como: «Yo soy la dueña de mis sombras», o «levanté una alambrada y afuera dejé el tiempo»... Todo lo que cabe en esas frases se perdería con otro lenguaje. Una imagen te traslada mucho más, te hace soñar mucho más... Al actor y al espectador. Va mucho más dentro, permite más interpretaciones. Pero luego tiene la dificultad de incorporar ese lenguaje de manera natural al personaje, para que no quede solo en palabras bonitas.

Ha hablado de sus compañeros de proyecto. En el teatro, ¿el viaje, el proceso hasta el estreno es tan importante como el destino, las representaciones?

Por supuesto. Para mí el viaje es muy importante; si no hay una conexión, no hay un juego, un descubrimiento... No merece la pena. Porque además todo se transmite. A veces la parte más gratificante es el proceso de ensayos. Inventarte una persona es un juego apasionante: un ser, una vida, una forma de hablar, de entender... Eso es fascinante. Y en el teatro tienes, por la experiencia que yo tengo, más oportunidad de hacerlo que en el cine. Luego hay otro viaje que hay que hacer cada día cuando se abre el telón; ahí le pides al público que te acompañe.

«Inventarte una persona es un juego apasionante: un ser, una vida, una forma de hablar, de entender... Eso es fascinante»

¿Se encuentra más a gusto en alguno de los tres campos: teatro, cine o televisión?

Quizá en el teatro me voy encontrando muy a gusto, disfruto mucho. Tienes otra libertad, otro lugar para crear y para sentir las cosas. A ver, yo he crecido en el cine. Me ha enseñado mucho y es apasionante, pero no puedes dominar igual al personaje, ni hacer ese viaje del que hablábamos, porque es un viaje fracturado en veinte mil millones de pedazos. Y muchas cosas no dependen de ti. En el teatro me siento más libre. Cada medio tiene su dificultad y su mérito, también la televisión... Es otro tipo de experiencia, otro aprendizaje para un actor. Pero cuando disfrutas del trabajo, en el teatro se disfruta mucho. Dejas todo el mundo y tus problemas fuera y te pones a vivir la vida de otra persona. Es una isla.

¿Eso es lo que más le gusta de ser actriz?

Supongo que sí. ¿Qué otra cosa puede haber? Me gusta no ser yo, olvidarme de mí... Para mí es un refugio, me tranquiliza, me relaja... No tengo que pensar en mis cosas. Es sanador. Y disfruto entendiendo a otras personas, hasta los comportamientos más alejados. Eso me ha ayudado mucho en mi vida personal para lidiar con sentimientos, con personas, con situaciones... A entender, a saber de dónde vienen tantas cosas, lo que no significa justificar.

«Disfruto entendiendo a otras personas, hasta los comportamientos más alejados. Eso me ha ayudado mucho en mi vida personal para lidiar con sentimientos, con personas, con situaciones...»

¿Le hace más tolerante?

Yo creo que sí. Cuando tu trabajo es entender a otras personas, por qué dicen o hacen determinadas cosas; cuando te planteas tantos interrogantes para llegar a ello, es lógico que te hagas más tolerante.

¿En este sentido, el personaje que más le ha costado es el de la terrorista etarra Yoyes?

Yoyes tenía una parte indudablemente muy difícil de entender. Tomó unas elecciones en su vida que no comparto. Y tenía que meterme para entenderla; ver dónde nace, en qué ambiente, en qué lugar, saber por qué toma esas decisiones. Hay personajes, evidentemente, que te cuestan más porque están más alejados de ti. Hace dos o tres años hice en un corto de Nacho Ruipérez el personaje de Enriqueta Martí, la asesina del Raval, y me costó mucho entender cómo esta mujer podía prostituir y asesinar a tantos niños... No tengo por qué entenderla, no la justifico, pero ves lo que vivió, lo que pasó... Y siempre vuelves a la infancia.

Hablando de infancia. Usted comenzó en el cine siendo una niña. ¿En algún momento se planteó no ser actriz?

Sí, sí. Cuando empecé no era consciente, lógicamente, de lo que estaba haciendo, de ser actriz. Me decían: «ponte aquí y di esto», y yo lo hacía. Los niños tienen otra verdad. Pero cuando con 13 o 14 años hice «El nido», me dieron el premio a la mejor actriz en Montreal. Yo estaba veraneando y tenía mi primer noviete cuando se llenó la urbanización en la que estaba de periodistas. No lo llevé nada bien, no entendía esa otra parte del cine; sentía que salía con amigos y se acercaban a mi veinte mil chicos y chicas y no era por mí, sino por quién era yo. No me gustaba, no era la vida que yo quería. Yo quería verdad, no entendía nada. Pero después, con 15 o 16 años, Víctor Erice me preguntó que pensaba hacer cuando terminara los estudios, y le dije que no lo sabía. Él me dijo que probara la interpretación, que tal vez descubriría que me gustaba. Empecé a estudiar y empecé a disfrutar el ser actriz.

Y se lo tomó en serio. Podía haber aprovechado la inercia de sus primeras películas, pero decidió prepararse.

Me lo tomé muy en serio. Era consciente, cuando vi lo que era, de que había que prepararse, que había mucho que aprender porque no sabía nada. Y que si lo iba a hacer, lo quería hacer bien. O al menos intentarlo. Quería saber lo que era ser actriz de verdad, quería crear, aprender... Empecé aquí, en España, y luego me fui a Estados Unidos unos años a estudiar interpretación. Ahí cambió mi visión de todo esto.

«Hay tanta verdad en la mirada de un niño, que nos pasamos la vida luchando para recuperarla siquiera por un momento. Eso sí que lo busco, que lo intento recuperar»

¿Echa la vista atrás para recuperar cosas de la niña que hizo «El espíritu de la colmena»?

Hay algo que no se puede recuperar, y ojalá; claro que lo busco a veces. Hay algo de la mirada de un niño -no hablo de esa «famosa» mirada mía de la que se habló tanto-, limpia, honesta, clara, de verdad. Hay tanta verdad en la mirada de un niño, que nos pasamos la vida luchando para recuperarla siquiera por un momento. Eso sí que lo busco, que lo intento recuperar. Independientemente, hay algo, que supongo que nos pasa a todos, cuando ves fotos antiguas tuyas; y es que ya te reconoces. Hay un gesto, algo, en el que ya te ves. Me mandó una amiga unas fotos de un grupo grande cuando éramos niñas, y me dijo: «Adivina...» Lo vi claro; tenía cinco años, pero había algo en el gesto que me hacía inconfundible.

¿Le ha llegado a molestar que le sigan recordando como la niña de «El espíritu de la colmena» o «Cría cuervos»?

No, no me puede molestar. «El espíritu de la colmena» es una obra como no hay ninguna otra. Como película y por todo lo que significó. Es maravillosa y marcó mucho, soy consciente de lo que fue y lo que significó esa película para mucha gente. No puede molestarme que me recuerden por ella. Me dolió más tener que demostrar que era actriz. Pero eso es algo que pasó hace veinte años; después de muchos años de estar en Estados Unidos, de estudiar y de prepararme, hubo un tiempo que tenía que demostrar que era una actriz. Pero creo que a partir de «Tesis» y de otros trabajos ya se vio cómo era yo como actriz, y no he sentido esa presión que sentí en aquel momento. Y que es algo lógico, yo hice unas películas con seis u ocho años y eso no quiere decir que seas actriz; a lo mejor con treinta o cuarenta no tienes nada que ver. Pero ya he superado esta etapa. Estoy contenta y feliz con el lugar en donde estoy.

«No es raro dejar de hacer cosas por no estar en determinados círculos, o porque no has hecho más tele, o no vas a más estrenos o más fiestas. A mí esa parte social de mi profesión me cuesta más. Nunca la he hecho»

¿Le tratan bien el cine y el teatro?

(Sonríe). Sí me siento querida, me siento respetada. Otra cosa es que me guste cómo se mueve ahora todo: la comercialización, las modas. Es complicado estar. Hay quien me ha dicho que no había pensado en mí para un papel porque creía que al ser secundario no querría hacerlo. ¡Pero si soy actriz! Y yo también estoy a veces sin trabajo. Es verdad que intento elegir lo que hago. Pero no es raro dejar de hacer cosas por no estar en determinados círculos, o porque no has hecho más tele, o no vas a más estrenos o más fiestas. A mí esa parte social de mi profesión me cuesta más. Nunca la he hecho. En realidad, no es que me cueste, es que no la hago. Y ahora se mueven muchas cosas así. Dejando esa «popularidad», sí me siento reconocida y respetada en la profesión. Recibo mucho cariño de mucha gente, de muchos compañeros, haya o no trabajado con ellos. Además, en el cine y la televisión son escasos los personajes interesantes para mujeres de mi edad, no muestran nuestro mundo más que de pasada; en el teatro hay más, y por eso nos inclinamos hacia él.

¿Hay más papeles interesantes?

Creo que sí. Además, en el teatro no somos tan esclavas de la edad; que si la primera o la segunda arruga. Para las actrices esa es una esclavitud demoledora. O estás operadísima... Yo tenía antes como pareja en el cine a actores que ahora tienen de pareja a actrices de treinta años. Esto es así, y lo asumo. Intento adaptarme, hacer más teatro, otras cosas, y no me quejo. Me siento contenta como estoy y, además, no me puedo quejar de cómo me está yendo en los últimos años.

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