CRÍTICA DE DANZA

«Sorolla»: la unidad (y la diversidad) de España

El Ballet Nacional presenta en el Teatro Real un espectáculo inspirado en la obra del pintor valenciano

Una espcena del ballet
Julio Bravo

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El Ballet Nacional de España merece un escenario como el del Teatro Real; y hacía muchos años, demasiados, que no lo pisaba. Y lo merece no solo porque sea una magnífica compañía -de todos los españoles, además-, sino porque es la portadora de una herencia culturalmente incalculable, como es la danza española.

Precisamente la defensa de la tradición, del repertorio, es uno de los objetivos que se marcó Antonio Najarro cuando llegó, hace seis años, a la dirección del Ballet Nacional (objetivo compartido por todos sus antecesores). Y «Sorolla», el espectáculo que acaba de presentar la compañía en el Teatro Real, es un ballet de nueva creación que, sin embargo, abre el baúl de la danza española para ponerla en escena con todo su peso.

Escribí con motivo del estreno en las Naves del Matadero (eran otros tiempos con otros regidores municipales), hace cuatro años, de «Sorolla», que éste era un ballet ejemplar. «Lo es -decía- por la recuperación de la danza folclórica, agonizante en muchas escuelas y conservatorios, e inerte en los escenarios. Lo es, también, por sus intenciones renovadoras, por aunar los distintos estilos de nuestra danza y por anudar a ella a creadores ajenos».

Han pasado cuatro años, y el espectáculo, amén de ejemplar, se muestra brillantemente bruñido, con los bailarines calados ya por las coreografías, que han hecho suyas. Es incluso, y habrá quien lo vea desde ese punto de vista, un espectáculo oportuno dada la situación política y social que vive España. Pero es, sobre todo, un magnífico espectáculo, ejemplo, repito, de lo que debe ser el trabajo del Ballet Nacional de España.

Parte «Sorolla» de «Visión de España», una serie de cuadros que creó el pintor valenciano por encargo de la Hispanic Society de Nueva York. En ellos realizó un mosaico que Antonio Najarro ha querido convertir en danzas. Y especialmente acertado ha sido rescatar el abandonado folclore para mostrar -de manera estilizada- los diferentes matices -y su inmensa riqueza- de nuestros bailes. Para poner en evidencia que son un tesoro que no puede dejarse morir, porque son nuestra raíz cultural. Haber recurrido para ello a tres coreógrafos como Arantxa Carmona, Miguel Fuente o Manuel Liñán no puede considerarse más que un acierto.

El envoltorio no puede ser más atractivo, con la música inteligente y sensible de Juan José Colomer, el deslumbrante vestuario de Nicolás Vaudelet y la sabiduría escénica de Franco Dragone (quizás, por su nombre y trayectoria, habría que esperar un poco más de imaginación en su simplemente digna dirección de escena).

El gran esfuerzo que supone para los bailarines la exigente coreografía (sobre escena y, me imagino, fuera de ella, con los constantes cambios de vestuario y de estilo) es visible, pero la compañía sale muy bien parada del reto; lo mismo que la orquesta que lleva con ritmo vivo Manuel Coves. Entre los solistas, destaca Sergio Bernal, impecable en «Los bolos», un particular «aurresku», y Esther Jurado, la «bailaora» oficial de la compañía.

«Sorolla»: la unidad (y la diversidad) de España

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