CRÍTICA DE TEATRO

«Sofía»: monólogo en segunda persona

Victoria Salvador interpreta la obra sobre la Reina Doña Sofía escrita y dirigida por Ignacio García May

Victoria Salvador, en un momento del monólogo Sergio Parra

JUAN IGNACIO GARCÍA GARZÓN

Como un equilibrista suspendido sobre un abismo de cristal, Ignacio García May camina sobre el alambre; a un lado, la sima algodonosa de la hagiografía cortesana, al otro, el río revuelto de los rumores y la infamia. Construir un espectáculo teatral sobre la Reina Sofía es un riesgo que habrá quien juzgue descabellado y poco pertinente, y más si la obra arranca con el hipotético fallecimiento, en un día lluvioso de enero, del que en ella se denomina el Viejo Rey. Desde un punto de vista exclusivamente teatral, en su tránsito entre Gárgoris y Habidis, el autor y director realiza un ejercicio que es a la vez de aproximación y de extrañamiento por la forma elegida para este monólogo cuyo desarrollo es inevitable comparar con el de la adaptación teatral de «Cinco horas con Mario», de Miguel Delibes .

«Sofía» (***)

Autor y director: Ignacio García May. Iluminación y escenografía: Luis Perdiguero. Vestuario: Almudena Rodríguez Huertas. Intérprete: Victoria Salvador. Sala Margarita Xirgu del Teatro Español. Madrid

El personaje creado por García May se expresa en segunda persona con una voz que narra lo que le acontece y al tiempo describe sus sensaciones. Una forma de eludir tanto el acuciante peso testimonial del yo como el distanciamiento de la tercera persona del singular. En la antesala del pudridero real del Monasterio de El Escorial, esta Doña Sofía escénica se embarca en una ensoñación que la lleva a revivir los días infantiles en el palacio de Tatoi, la presencia protectora de su padre, Pablo de Grecia , los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial… Dialoga a dos voces con su madre, la distante Reina Federica , «más preocupada en escribir su biografía que en vivir su vida», ironiza sobre la figura de Franco, se transmuta en cronista de la vida social para narrar su noviazgo y su boda con Juan Carlos de Borbón , rechaza el calificativo de «profesional» que se le suele atribuir como reina, alude a infidelidades de su marido y a cuestiones relacionadas con sus hijos, se refiere al retrato de la Familia Real elaborado por Antonio López cayendo en la cuenta de que en el lienzo es ella la única que sonríe, habla de España y los españoles, ofrece una sonrisa resignada cuando escucha algunos rumores en off sobre su persona…

Un recorrido bien hilado que mezcla datos reales y alguna suposición para ofrecer el retrato palpitante de una «mujer que se las ha arreglado para ser célebre permaneciendo desconocida», según escribe el autor en el programa de mano de la función, donde señala que en «en este país nuestro no se concibe una alabanza que no venga impregnada de servilismo ni una crítica que no se complete con el linchamiento», extremos de los que él intenta escapar.

Su puesta en escena es minuciosa y sutil, con detalles como la hábil utilización de un fular para sugerir ambientes, el nexo de continuidad entre tiempos y espacios que marca un libro caído en el suelo o el empleo de una mesa como pizarra y refugio. La bella escenografía de Luis Perdiguero , también acertado iluminador, logra transformar, mediante un juego de luces y transparencias, una fría antesala en un evocador jardín. Austero y elegante el vestuario de Almudena Rodríguez Huertas . Y bien entonada la interpretación de Victoria Salvador , que inteligentemente evita la mimetización física con el personaje para centrarse más en la aproximación a su perfil íntimo..

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