Una sátira política

Rafael Bruza y Claudio Martinez Bel, en una escena de «Terrenal» Sofía Montecchiari

Diego Doncel

«Terrenal» viene con esos colores en blanco y negro que recuerdan al cine mudo, con su estética clown y de varieté, con su carga política y sus formas peculiares de humor paródico. Viene, además, con una reflexión sobre la historia, sobre Argentina y sobre las maneras, no solo económicas, de entender el mundo.

La obra recrea el pasaje bíblico del primer fratricidio de la historia, el asesinato de Abel por su hermano Caín. Abel es el nómada, el que no tiene fronteras, el que concibe la vida como un territorio de libertad, de inocencia. Frente a él está Caín, el violento que levanta muros para protegerse, el apologista del individualismo, de la avaricia, de un mundo sin alma cuyo centro lo ha ocupado el dinero, el poder. Uno es agricultor y cultiva sus campos, sus pimientos morrones, como quien realiza una operación bancaria; el otro, cría las orugas que destruyen cualquier plantación y se las ofrece a los pescadores. El grito de Caín es: «¡Sagrado el capitalito!»; el de Abel: «El trabajo es el vicio de los que no sirven para otra cosa. Si será dañino que hasta pagan por hacerlo». Por encima de ellos, está Tatita, el padre, tal vez alguien que recuerda al antiguo Dios, y que tras el crimen exclama: «Ustedes solo tenían que estar. Escuchar la música celeste y estar, y vos infeliz te pusiste a edificar una peña con boletería y marquesina. A cobrar entrada y a pelear por cartel».

Kartun crea una obra de vanguardia donde se mezclan los lenguajes, las hablas populares al pensamiento más contemporáneo, y construye unos peleles metafísicos a los que arrolla el estigma de ganarás y matarás con el sudor de tu frente. El universo de escritura es fascinante, con sus juegos de palabras, su reelaboración de refranes, su humor aforístico, como si el verbo se hiciera carne en la transgresión de lo estandarizado, como si Abel escribiera el texto (nómada, creativo y fronterizo) de su propio crimen.

Sin embargo, en «Terrenal» la extraordinaria creatividad del texto mata la emoción normalizada y crea un discurso pretendidamente desmesurado que pone a prueba al espectador. Gozarán de él los que se dejen arrastrar por su arrebato verbal, por su ingenio. Los que más que un argumento convencional aspiren a sentirse seducidos por las formas. El riesgo del tedio para muchos espectadores, sin embargo, está ahí.

Brillante, mordaz, con unas interpretaciones verdaderamente sobresalientes, con una escenografía donde se suceden unos telones ajados abiertos como símbolos del mundo como teatro, «Terrenal» es una crítica al capitalismo y una exploración de nuestro malestar.

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