CRÍTICA DE DANZA

«Un Réquiem alemán»: pegado a la tierra

El Ballet del Rin abre la temporada de danza del Teatro Real

Una escena de «Un Réquiem alemán» Javier del Real
Julio Bravo

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Desde la reapertura del Teatro Real , siempre ha tenido la danza un papel de comprimario. Ha habido excepciones, como la visita, a finales de la temporada pasada, del Royal Ballet de Londres y su excepcional « El lago de los cisnes ».

Ese es el camino que debe seguir el Teatro Real; no siempre se conjugan, como en ese caso, los astros para reunir un título popular, una compañía de primera división y un espectáculo sin fisuras , pero ese es el Norte al que deben dirigirse sus responsables.

La visita del Royal Ballet dejó el listón muy alto, y la compañía que ha venido a continuación no tiene ni el nombre ni la trayectoria de la primera. El Ballet del Rin ( Ballett Am Rhein Düsseldorf Duisburg ) es un magnífico conjunto de un excelente nivel, y el programa presentado, « Un Réquiem alemán » un hermoso trabajo, pero no tiene el imán suficiente para atraer al público, uno de los problemas de las temporadas de danza del Teatro Real.

Con todo, el espectáculo sí es un ejemplo de lo que debe ofrecer el coliseo, que por escenario y posibilidades debe marcar la diferencia con el resto de los teatros de la capital. Casi ningún otro puede ofrecer trabajos como el presentado ayer, con una orquesta sinfónica y un coro en directo en el foso, y una compañía de más de cuarenta bailarines deambulando por el escenario.

«Un Requiem alemán» toma como base la partitura de Johannes Brahms . El director artístico de la compañía alemana, Martin Schläpfer (que ha relanzado el conjunto desde su llegada, en 2009) ha creado una trabajo hermoso, de lenguaje contemporáneo, extraordinariamente musical. El negro es el color dominante en una coreografía llena de hondura, pegada a la tierra -los bailarines van con los pies descalzos, salvo en una ocasión en que una bailarina calza en uno de sus pies una zapatilla de punta, sin que se alcance a ver cuál es el significado-. Solo al final, en un bello número, se conecta el baile con las alturas.

Es la partitura, y no las palabras, la que marca el ritmo del baile, que alcanza sus momentos más bellos cuando la música tiene c arácter épico y heroico ; los conjuntos masculinos son en ese momento dinámicos, bravos y conmovedores.

El trabajo es soberbio . Schläpfer no ha pedido una unidad inquebrantable y los bailarines pueden, incluso en las escenas de conjunto, expresar su personalidad, lo que le confiere a la danza una vida y una naturalidad extraordinarias . Aun así, es un trabajo que a menudo entra más por el cerebro que por los sentidos.

En el foso, Marc Piollet consigue que solistas, orquesta y coros sean un bailarín más y que la hermosa música de Brahms se haga una con el movimiento en escena.

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