CRÍTICA DE TEATRO

«La puta de las mil noches»: frío en las entrañas

Natalia Dicenta y Ramón Langa, dirigidos por Juan Estelrich, interpretan la obra de Juana Escabias

Ramón Langa y Natalia Dicenta, en una escena de «La puta de las mil noches» Teatro Español
Julio Bravo

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El encuentro de una prostituta y su cliente es muy dramático; la literatura, el cine, el teatro... están llenos de historias casi siempre turbias, sórdidas, vidriosas. La que propone Juana Escabias en « La puta de las mil noches » no escapa de este entorno; ni tampoco de ese común juego de poder que se suele ir alternando entre los dos personajes, ni a la dualidad entre ética y dinero, entre ambición y necesidad.

«La puta de las mil noches» comienza cuando una madura prostituta, que ha superado la cincuentena ( Natalia Dicenta ), llega a la casa de un más que acomodado cliente ( Ramón Langa ), que va en silla de ruedas. Entre ellos se inicia un juego impulsado por un maletín repleto de billetes. Se horadan sentimientos, se arrancan verdades , pero nunca logran los personajes conmover o asustar ni lograr la empatía de los espectadores, meros testigos de un diálogo con muchas carencias emocionales.

Tampoco la dirección de Juan Estelrich , envuelta en una fría y cinematográfica escenografía, contribuye a que los personajes muestren su entraña. Se adivinan sus miserias y su desventura, pero no ahondan en ello , a pesar del meritorio trabajo de los excelentes actores que son Natalia Dicenta y Ramón Langa.

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