Puesta de largo

Gonzalo García y Joaquín de Luz, en «Concerto DSCH» Javier del Real
Julio Bravo

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Poco más de un año después de asumir la dirección de la Compañía Nacional de Danza, Joaquín de Luz ha puesto de largo por primera vez su proyecto en el selecto escaparate del Teatro Real , aunque sea en realidad un aperitivo para su verdadera primera apuesta: la «Giselle» que presentará el mes próximo en el Teatro de la Zarzuela.

El programa presentado en el Real es, lo ha dicho el propio De Luz, una declaración de intenciones, que se resumen, muy a grosso modo, en una palabra: versatilidad. En sus bailarines y en el repertorio. Y para ello, el bailarín madrileño ha elegido un programa que navega desde el clasicismo reinventado por ese mago de la coreografía que es George Balanchine hasta la contemporaneidad de Nacho Duato , pasando por el neoclasicismo de Alexei Ratmansky , deudor inocultable del citado Balanchine.

«Apolo» es ya un clásico que se acerca a los cien años de vida. Es una creación de Sergei Diaghilev -la figura que, sin bailar ni coreografíar, más relevancia ha tenid en la historia de la danza-, que reunió por primera vez a Igor Stravinski y George Balanchine, palabras mayores. Esta pieza, con personajes de la mitología griega, supuso la mayoría de edad del coreógrafo, que la siguió moldeando a lo largo de los años. Es, sobre todo, una pieza acariciadora, contenida y tremendamente exigente, que interpretaron con corrección estilística Alessandro Riga , como Apollo -; y Ana Calderón, Haruhi Otani y Gilda Rossi como Calliope, Polyhymnia y Terpsichore, respectivamente.

«Concerto DSCH» es una obra creada para el New York City Ballet hace doce años por el coreógrafo ruso Alexei Ratmansky, exdirector artístico del Bolshoi. Su base musical es el sencillo y vital segundo concierto para piano de Shostakovich, un compositor habitualmente de mayor profundidad. La coreografía se contagia de este espíritu, y es un contagioso canto a la alegria de bailar; sigue la estela de trabajos como «Theme and Variations», de Balanchine, o «Etudes», de Harald Lander , y tiene luz, dinamismo y optimismo. Entre los bailarines que la estrenaron en su día estaban el propio Joaquín de Luz y otro español, Gonzalo García . El primero ha querido recordar aquel momento y con la participación de ambos la temperatura sube unos grados, porque ambos le proporcionan una chispa y una categoría añadidas.

Es de justicia que Nacho Duato esté presente en el repertorio de la Compañía Nacional de Danza. Es uno de los pilares imprescindibles del conjunto -que dirigió durante veinte años- y borrarle sería un error. Después de que José Carlos Martínez reincorporara «Por vos muero», ahora Joaquín de Luz añade «White Darkness», una creación con casi veinte años de vida. Es una coreografía dura, oscura, con el telón de fondo de las drogas, en la que Duato muestra su talento como dibujante de movimientos y como impulsor de emociones, expresada sobre todo a través del sufrimiento que expresa la fabulosa Kayoko Everhart , y a partir de la evocadora música de Karl Jenkins .

Desde hace años, contar con una orquesta en el foso es un lujo para cualquier compañía de ballet: también un acicate y, para el público, un valor añadido. La Orquesta Titular del Teatro Real, bajo la dirección de Manuel Coves , envolvió con atención el trabajo de los bailarines.

Y una reflexión final, más bien un deseo: ¿Para cuándo una coproducción entre el Teatro Real y la Compañía Nacional de Danza de un gran título del repertorio clásico?

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